Han pasado cuatro semanas ya. Hace cuatro semanas que cinco jóvenes, cinco amigos que viven en Lagos de Moreno, en la región de los Altos de Jalisco, desaparecieron. Han pasado cuatro semanas y siguen sin ser encontrados.
Desde la noche del viernes 11 de agosto las familias de Roberto, Jaime, Uriel, Diego y Dante no supieron más de ellos. Hoy se cumplen cuatro semanas. Suena a un tiempo eterno, alejado, pero a la vez se siente tan reciente, tan palpable, tan real.
En este tiempo no se ha sabido nada de ellos. Nada oficial, al menos, después de que, al lunes siguiente de su desaparición, circularan una foto y un video en donde se ve a los jóvenes. Las imágenes corrieron como pólvora prendida. Devastadoras. Tristes. Desoladoras. Todos, o muchos, han dado por fallecidos a los muchachos, pero lo cierto es que sus cuerpos no han sido encontrados, los siguen buscando.
Pero en ese camino de su búsqueda han sido encontrados otros. Varios más. Otros cuerpos que no son los de ellos, los de Roberto, Jaime, Uriel, Diego y Dante. ¿En qué país vivimos, que buscamos a cinco y encontramos a siete, pero ninguno es, hasta ahora, alguno de aquellos primeros que nos hicieron levantar las piedras?
Porque hablamos de ellos, pero también hay cuatro chicas desaparecidas a quienes no han encontrado, si bien hay una persona detenida y quien estaría involucrada en el hecho, al haber ordenado que desaparecieran a una de ellas y, en un contexto que no ha sido explicado, se llevaron a las otras tres.
De ellas, Marisela, Rosa Olivia, Adriana y Beatriz, tampoco mucho se sabe. Desaparecieron a finales de julio, entre Aguascalientes y Jalisco. Fue precisamente esta característica lo que hizo que se retrasara, a decir de las denuncias de sus propios familiares, la búsqueda de las jóvenes, pues los límites interestatales no sólo se han vuelto peligrosos por sí mismos, sino parecen ser un vacío en el que las autoridades de cada entidad se dan el lujo de tomarse el tiempo para decidir si deben o pueden actuar.
La tercera semana de mayo desaparecieron ocho muchachos que trabajaban en un call center. Las autoridades aseguraron que en estos lugares se cometían actividades ilícitas, como si por ello se hubiesen merecido ser desaparecidos y muertos, criminalizándolos.
Diez días después hallaron decenas de bolsas tiradas en un barranco que contenían partes humanas. A la postre se supo que eran los jóvenes trabajadores. Sus cuerpos fueron entregados a sus familiares, pero hasta ahora no se ha informado cómo desaparecieron, quiénes se los llevaron, si hubo otras personas aparte de ellos ocho en esas bolsas.
La segunda semana de febrero tres muchachos desaparecieron en Zapopan, en las inmediaciones de Real Center. Aunque en principio no había algo que los uniera, después se supo que los hechos estaban relacionados entre sí.
A mediados de enero se confirmaba la muerte de tres chicas y un joven que desaparecieron cuando se trasladaban por carretera entre los estados de Zacatecas y Jalisco. Si bien fueron encontrados en el estado vecino, está ampliamente documentado que esta zona, de ambos lados de la línea divisoria, es igual de peligrosa.
Este breve recuento de horrores es solo una muestra de lo que ocurre en Jalisco. Y se trata solo de desapariciones múltiples y nada más aquellas de este año. Aun con estos hechos innegables, el gobernador Enrique Alfaro sale, frente a las cámaras, a decir que son los medios los que causan terror a la población, los que hacen apología del delito.
Pero en este país, en esta entidad en la que todo aquello que es ficción puede ser superado con creces, no es necesario inventar cifras ni escribir mentiras ni inflar hechos. Basta con contar lo que es.
Si no hubiera un terror que narrar, simplemente no sería narrado.
Pero lo hay.
X: @perlavelasco
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