Recientemente se estrenó en una de las principales plataformas de video bajo demanda en México una miniserie de anime titulada Ooku: los aposentos privados. La trama es muy interesante y está ambientada en una historia alternativa de Japón, en la que debido a una plaga tres cuartas partes de los varones fallecieron, por lo que poco a poco las mujeres van haciéndose cargo de las funciones que hasta ese momento habían llevado a cabo los hombres, y se da cuenta de los conflictos familiares, sociales y políticos que esta situación acarrea.
Traigo a cuento esta miniserie porque su planteamiento y desarrollo nos permite visualizar la manera en la que se sostienen las estructuras de poder patriarcales, incluso cuando las mujeres empiezan a ejercer el poder familiar, social y político. Esto se hace evidente desde el comienzo del primer capítulo, porque, extrañamente, la mujer a cargo del sogunato, el gobierno militar establecido de Japón entre los siglos 12 y 19 de nuestra era, utiliza un título masculino.
A partir de ahí, la miniserie va dando cuenta de las circunstancias que llevaron a ese estado de cosas, lo que nos permite constatar que no es casual, aunque el ascenso al poder de las mujeres sí lo sea en ese caso.
Lo interesante del planteamiento es que hace darnos cuenta de que el solo hecho de que las mujeres ocupen cargos públicos, o de otro tipo, no basta para modificar las estructuras de poder que han llevado a nuestra sociedad a organizarse de la manera en la que lo ha hecho.
Como explicaba el sociólogo Bourdieu, la sociedad es una estructura estructurada y estructurante, por lo que, como lo explican las teóricas del feminismo, vivimos dentro de un sistema construido con criterios machistas y heteropatriarcales que nos enseña a actuar de acuerdo con los valores inherentes a esos criterios, que benefician inmerecidamente a los varones, a costa de las mujeres.
En otras palabras, si una mujer, o incluso un grupo de mujeres acceden al poder, si no tienen la intención y un proyecto muy claro para cambiar esa estructura, para reemplazarla por otra que sea más equitativa en términos de género, es poco probable que haya cambios profundos y duraderos. Y la muestra de eso es la actual legislatura del Congreso de Jalisco, que está compuesto en sus dos terceras partes por mujeres, sin que eso haya influido claramente en la inclusión de las cuestiones referidas a la equidad de género en la agenda legislativa.
Y con esto no quiero restar importancia al hecho de que las mujeres estén poco a poco rompiendo el techo de cristal que el patriarcado les impuso, por supuesto que no. Por el contrario, insisto en que las mujeres, y los varones, necesitamos seguir impulsando acciones afirmativas a favor de ellas, pero reitero que es importante que las mujeres que ocupen esos cargos lo hagan con la intención de cambiar el estado actual de cosas y que cuenten con proyectos, estrategias y equipos pertinentes para alcanzar esa meta.
De manera que, en el actual contexto electoral, si queremos que la política se lleve a cabo de una manera diferente no solo es necesario presionar para que haya mujeres con candidaturas viables, también hay que demandar que se postulen mujeres cuya trayectoria nos permita tener la certeza de que van a usar el poder político que pondremos a su disposición para atender favorablemente las demandas, intereses y necesidades de las mujeres (y lo mismo va para las candidaturas a cargo de varones, que también les toca). Se trata de que reconozcamos que no basta con ser mujer para pensar y actuar a favor de las mujeres.
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