Un estudio publicado por Climate Rights International el pasado 28 de noviembre señala que el cultivo de aguacate para exportación en Michoacán y Jalisco está ligado a la tala ilegal, al robo de agua y a la violación de los derechos de los ciudadanos en estos estados.
En el contexto del inicio de la cumbre mundial sobre el cambio climático, que se celebra en Dubái, el estudio denuncia que los gobiernos de México y Estados Unidos no han cumplido su compromiso de combatir el cambio climático mediante la regulación y vigilancia del cultivo de este fruto, pese a ser signatarios del Acuerdo de París (2015).
Lo anterior implica que ambas naciones deberían tomar medidas para detener la sistemática deforestación e incendios forestales que están ligados directamente con la producción aguacatera, y que México debería obligarse a cambiar los esquemas de protección a luchadores sociales.
Existen al menos cinco problemas que hay que atender con urgencia en Jalisco.
Primero, el occidente del país ha sido devastado, sea por deforestación, por cambio de uso del suelo o por incendios. El año pasado, el periodista Agustín del Castillo publicó que la superficie del monocultivo de aguacate en Jalisco se había triplicado en solo 10 años (2010 a 2021). Por ello, 5 mil 160 hectáreas habían dejado de ser bosque. Este año, la Comisión Nacional Forestal (Conafor) señaló a Jalisco como el estado con mayor superficie quemada del país. En el estiaje se habían perdido al menos 100 mil hectáreas de bosque por incendios.
Segundo, los impactos de la devastación sistemática. Datos oficiales de la propia Secretaría de Medio Ambiente de Jalisco y de la Conafor confirman que la devastación de bosques en nuestra entidad es sistemática y provoca, entre otros problemas, deslizamientos de tierra. Este fenómeno vulnera especialmente a zonas tropicales montañosas; además de la pérdida de vidas animales y vegetales, como de información biológica evolutiva en esos ecosistemas. En una de las zonas quemadas, por ejemplo, la UNAM había reportado una especie nueva de orquídea el año pasado.
Tercero, el robo de agua. El aguacate es un cultivo que demanda mucha agua. Más de mil litros para producir un kilo de aguacate. En ciertos sitios esta cantidad se incrementa de tal manera que llega a generar una huella hídrica muy alta. De ahí que el despojo de manantiales, robo de agua de ríos y arroyos sean prácticas impuestas violentamente.
Cuarto, muertes humanas. El año pasado, la intimidación a un inspector de Estados Unidos en Michoacán puso en riesgo el flujo anual de 1.1 millones de toneladas del fruto hacia el mercado estadounidense. Sin embargo, las amenazas son cotidianas para nuevos productores de aguacate, como para quienes defienden los bosques del occidente de México. En nuestro país ya se reportan 37 asesinatos de ambientalistas.
Quinto, moda “sana”. Al entrar el milenio, el consumo de aguacate se disparó. Sólo los estadounidenses han triplicado su consumo. La moda que promete en este fruto una grasa saludable se ha introducido en las dietas del orbe.
El panorama de la devastación es desafiante. La destrucción de áreas naturales por diversas es una constante en el mundo. La selva de Borneo, en Indonesia, perdió 75 por ciento de su superficie forestal en los últimos 30 años; la selva amazónica lleva perdido 9 por ciento de su superficie, un territorio equivalente a Francia.
Hoy en México, los bosques de Jalisco y Michoacán están amenazados. La presión ambiental en nuestro estado debe fortalecerse prontamente para obligar a las autoridades a regular y vigilar el cultivo del aguacate. Por nuestra parte, quienes consumimos este fruto debemos presionar al mercado para que este cultivo no resulte devastador.
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