Acaba de terminar la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28), realizada en Dubái. En territorio petrolero se declara el fin de la era de las emisiones de carbono. Al mismo tiempo, la cumbre ha sido criticada por la huella de carbono que generó, por los arribos en jet privados y otros excesos del consumo suntuario.
Más allá de los resultados de la reunión, es imposible negar que la sociedad mundial (entiéndase la de cada país y sus localidades) es responsable de exigir el cumplimiento de los acuerdos, pero aún más de ser consciente de que el deterioro planetario deriva de la demanda de consumo y de los modelos de éxito que tanto gustan en la vida diaria.
Por ejemplo, consideramos “exitosos” a China, Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia. Pero son responsables de más de 60 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Siguiendo los pasos de éstos, India y Brasil se han sumado recientemente a la demanda insaciable del mercado mundial de tecnologías electrónicas o de carne (respectivamente), que generan ganancias monetarias y también un desastre ambiental.
México ha sido señalado recientemente como responsable de un proceso sistemático de deforestación y de incendios de bosques y selvas. La producción agrícola de aguacate y frutos rojos destruye extensas zonas forestales, así como otros ecosistemas. La minería extractiva, la pesca ilegal y la expansión urbana sin planeación adecuada, entre otros fenómenos, suman a nuestro país a los procesos de depredación y calentamiento global.
Esto hace que valga la pena considerar seriamente cómo lo que pensamos lejano, como el calentamiento global, algo que parece que solo sucede en la atmósfera y en las rondas político-económicas, se refleja en nuestras vidas y resulta imperante modificar.
En este modelo de sociedad, este fin de año se vuelve una ocasión de gran consumo porque hay dinero en las manos y porque rondan muchos sentimientos. Estas son tres reflexiones iniciales para modificar y establecer contrapesos a nuestra existencia que genera el calentamiento global:
1. Considerarnos seres individuales (conquista conceptual que nos da la oportunidad de reconocer nuestra riqueza personal e irrepetible) frecuentemente se reduce, por medio de mecanismos de moda y mercado (mercadotecnia) al consumo ególatra. La necesidad de reconocimiento acaba por impulsar la “recompensa” a sí mismo. Comprar un objeto suntuoso es muestra de lo mucho que nos esforzamos en el año y lo mucho que merecemos. Llegar a esa conclusión nos hace poner por encima de la salud de los demás o del planeta, nuestros deseos de tener. El anhelo de comprar una camioneta de ocho cilindros para ir al trabajo o al supermercado, o de adquirir un filete de res importado, entre otros ejemplos, son muestra de sentimientos que repelen la reflexión. Los valores colectivos no pueden ser significados. Una consideración hacia el ambiente o a los demás suele despertar la expresión “que se jodan”.
2. El límite es un concepto y una experiencia muy humana. No asumirlo acaba por dañarnos o destruirnos. Las compras en línea nos borran el límite geográfico y político. Este modo de consumo multiplica la huella ecológica y de injusticia por los procesos de producción, transporte y generación de desechos.
3. El bienestar frecuentemente se confunde con comodidad. La demanda del uso de energía por este concepto es frecuentemente desmedida. Este es uno de los factores más claramente ligados al calentamiento global. De ahí que sea importante experimentar reflexiones cotidianas frente su demanda.
Estas invitaciones, lejos de ser tips pretenden ser detonantes de pausas que nos hagan decidir y pensar en contrapesos a esta sociedad y sus valores. De esta fuente vendrá el impuso para exigir y generar políticas más responsables a la devastación planetaria.
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