El crimen organizado vive y usa la violencia como una acción instrumental para asegurar los territorios, dominar una región y garantizar el crecimiento y orden en sus negocios. Los ciudadanos percibimos que la autoridad responsable de combatirla, en sus tres niveles está desorganizada, y muchas veces capturada por el propio crimen organizado, y sin una estrategia efectiva para detener esa violencia cotidiana.
Lo que vivimos cotidianamente es el fenómeno de un crimen muy organizado frente a una sociedad desarticulada y desorganizada. El gran riesgo que tenemos como sociedad es que se instaure en nuestro país un nuevo “estilo de vida”, que se está manifestando en tres dimensiones:
Primero, una clase política rebasada, que pareciera que sólo está interesada en reelegirse y lucrar, que ignora la violencia como si esta no existiera, preocupados por perpetuarse en el sistema político y a vivir en total impunidad.
Una segunda dimensión es la nueva ola de delincuentes que aprovechan el sistema de justicia mexicano, totalmente fallido, solo para aumentar sus ganancias en el tráfico de las drogas, extendiendo su acción hacia la extorsión, la trata de personas y el secuestro.
Y, por último, una población que olvida rápidamente los agravios sufridos, y que no cree que es posible padecerlos, hasta que los sufre en carne propia y que está lejos de organizarse para cambiar la sociedad que habita.
Llama la atención que los obispos de Michoacán desde la Catedral de Apatzingán, el lunes pasado, en su encuentro anual con el objetivo “de promover la paz y la reconciliación” y al mismo tiempo, orar por las víctimas de la violencia exhortaron a los aspirantes a algún cargo de elección popular a “no hacer alianzas con grupos criminales, no hacer alianzas de sangre”.
En concreto, pidieron a los aspirantes a cualquier cargo de elección popular no hacer alianzas en este proceso electoral, con ningún grupo criminal, con tal de ganar una elección.
Lo que suscita un horizonte de paz, lo que sirve a un lenguaje de paz, debe expresarse en gestos de paz. La falta de propuestas y la confrontación entre los grupos políticos no la aprobamos ni la merecemos los ciudadanos de Jalisco.
Las descalificaciones mutuas y las que vienen en este proceso electoral profundizan la polarización. Los políticos muestran a los ciudadanos que son artistas de la confrontación, no del diálogo.
Es urgente despresurizar el clima de intolerancia y agresividad que sofoca nuestra vida social y que alimenta la desconfianza social y el oportunismo de los grupos de presión y de interés en nuestro Estado.
Hablar un lenguaje de paz es expresar para unir. Pero cuando se es prisionero de esquemas prefabricados, se arrastra al corazón hacia el conflicto.
En la reciente reunión del grupo plural de personas y organizaciones de la Red Nacional por la Paz Jalisco, emitió varias recomendaciones, entre ellas destacan:
Debemos hablar de la situación apremiante del país y de la necesidad de construir la paz; hablar de la corresponsabilidad y de la necesidad de meditar el voto y de salir a votar; y la urgencia de solidarizarse con causas o con colectivos que promuevan la paz y a no contribuir al lenguaje polarizante.
En este proceso electoral se necesita un ejercicio político guiado por el valor superior de la paz, con el deseo de escuchar y de comprender lo que realmente deseamos los ciudadanos, se debe encontrar un lenguaje nuevo, un lenguaje de paz, pues éste abre por sí mismo un nuevo espacio a la paz.
Pedimos una sincera disculpa a la columnista Carmen Chinas por no haberle dado el crédito en la colaboración “Crónicas de La Primavera” en enero por falta de espacio. Mea culpa.
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