Para todo fin práctico, fue a principios del año pasado cuando empezó a circular un libro de extraordinario valor, aunque, como suele suceder, es muy poco lo que se ha hablado de él.
Seguramente, con el paso del tiempo, cuando mengüen las envidias de los colegas irá permeando en el ánimo de la sociedad, enriqueciendo seguramente la conciencia histórica de la misma.
Se trata de una obra titulada Gachupines y rebeldes en un tiempo nuevo, que le valió como tesis doctoral a Laura Castro Golarte, quien hace ya tres décadas y media que, por fortuna nuestra, se integró cabalmente a Jalisco, procedente de su natal Chihuahua.
Laura es muy conocida y apreciada por su espléndida y longeva labor en un periódico local que, ante la incompetencia de éste en los últimos tiempos, ha permitido que abandone su columna igual que otros personajes de calidad y prestigio que la nueva directiva no ha sabido apreciar.
Puede decirse que Laura ha trascendido de la nota periodística a una obra en verdad maestra de la historiografía moderna de Jalisco.
El libro de referencia constituye una aportación extraordinaria a la comprensión de la toma de conciencia nacional a partir del año 1808 hasta que a España no le quedó más remedio que aceptar la independencia de nuestro país, en 1836.
En esta obra se muestra claramente cómo se va forjando la imagen del gachupín hasta convertirse en el enemigo natural de los criollos, quienes primero se refieren a sí mismos como mexicanos.
La figura del gachupín, como lo muestra la doctora Castro, acaba encarnando todo lo que España ofrece que resulta contrario a las aspiraciones nacionales, entendiendo por ello no solamente los hijos de gachupines, sino los de mayor antigüedad, nietos, bisnietos, etcétera, de españoles, quienes tenían pocos conocimientos de la España de su tiempo, pero sí padecían sobremanera las arbitrariedades que se gestaban allá y se consumaban acá.
El gachupín es la figura que se va conformando con todo lo que resulta opuesto a los intereses de los que también se llamaron “españoles-americanos”.
Se trata de una obra en verdad docta que escarba por doquier para consolidar su hipótesis básica de que la independencia es el resultado de la legítima aversión que se ganaron los gachupines entre los criollos, basada en el menosprecio de que éstos eran objeto por parte de los españoles encumbrados, incluyendo a los propios Carlos IV y Fernando VII, cuya estulticia acabó derramando el vaso.
Bien claro deja la doctora Castro que la forja del ideario mexicano se realiza en buena medida por contraposición al “gachupinismo” y al creciente desdén de éste por el modo de ser y las aspiraciones de los criollos desde mediados o fines del siglo 18 y principios del 19.
De hecho, si el libro continuara hasta fines del siglo 19 y albores del 20 podría percibirse que sobrevive y hasta se acrecienta el dicho menosprecio gachupín por el criollismo, aunque las nuevas condiciones obligaron a que los nuevos gachupines midieran más sus manifestaciones y las concretaran a los cónclaves de su misma especie.
En suma: es un libro que vale la pena leerse y merece también que se haga de él una síntesis, que dé lugar a una mayor difusión de sus ideas fundamentales.
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