Construir y divulgar la frase “abrazos, no balazos” para referirse a la política de seguridad pública de México tiene repercusiones comunicacionales y, por tanto, políticas. Revisemos las dos caras del mensaje. Detrás del eslogan que han reiterado el presidente Andrés Manuel López Obrador y el gobierno federal está una visión humanista en cuanto a sugerir la fraternidad y apostarle a la reconciliación y la paz, por encima de la violencia entre los seres humanos.
También convengamos que la síntesis en tres palabras de esa política pública se redujo al mínimo para instalarla socialmente con un fin educativo. Es decir, la fórmula lingüística orienta hacia una cultura de reencuentro con el otro o la otra, de respeto, tolerancia y hasta aceptación mutua. Equivaldría a que, al abrazarte a ti, abrazo la paz entre nosotros.
La otra cara es que la frase contiene problemas de diferente orden.
1. Lo asegurado en “abrazos, no balazos” no se refleja en eficiencia en seguridad pública. La crueldad delictiva ha sido imparable. La percepción de inseguridad de los mexicanos es alta, revela el Inegi. Las cifras oficiales muestran homicidios a la baja, pero el número de asesinatos rebasa a los de anteriores sexenios, y se dejan fuera otras variables, como el creciente número de zonas bajo control de grupos delictivos o las constantes masacres.
2. La frase tan resumida enfoca de manera ingenua y superficial un problema difícil y sumamente complejo de resolver. A disminuir, atemperar o modificar expresiones violentas o su percepción poco ayuda el eslogan. La insegura realidad supera estrategias de comunicación política.
3. Los operadores de la seguridad pública federal son militares, integrantes del Ejército y la Guardia Nacional. Es decir, se puso en manos de quienes están entrenados para una guerra, para matar al enemigo, el “abrazar” a delincuentes. La incongruencia es palpable. Actuar bajo esa inspiración ha puesto en riesgo la vida de uniformados.
4. A la mayoría de la población no le interesa que le den “abrazos” a quienes han desaparecido, asesinado, asaltado o herido, por ejemplo. Las víctimas desean justicia, reparación del daño, seguridad, apoyos psicológicos y que no se repitan las agresiones. Nada de esto garantizan los tres niveles de gobierno.
5. La frase presupone que los delincuentes pueden redimirse con “abrazarlos” o que los “abrazos” se traduzcan en reeducarlos y reinsertarlos socialmente. Los generadores de masacres, que hacen sufrir con prácticas crueles a sus víctimas, están ya mentalmente dañados. Una opción legal, protectora de ellos mismos y de la población vulnerable es, con respeto a sus derechos humanos, segregarlos. Ponerles un alto. Si nadie les puso límites, la justicia sí puede hacerlo.
6. La frase está envuelta en una presuposición religiosa. Dar “amor” y “perdón”, ¿hasta dónde tiene repercusiones positivas en un país en luto, furioso y ensangrentado? ¿Hay que perdonar a quienes no se arrepienten y son una cruel amenaza para la sociedad? El tema está a debate.
7. Quien más divulga la frase “abrazos, no balazos” es López Obrador. Obvio, él no dispara, pero ¿es consecuente el propio presidente cuando se coloca por encima de la ley, ofende a quienes no están de acuerdo con sus posturas, humilla a detractores, descalifica desinformando, pone en riesgo de agresiones a sus críticos y es duro, en un abuso de poder, incluso con quienes apoyan o podrían apoyarlo? Si primero agrede y polariza, suena hueco su discurso. ¿Pediría perdón y abrazaría a quienes lastimó con sus peroratas? ¿Abrazaría a quienes, con maldad, odio y virulencia lo siguen atacando? A estos agresores también hay que ponerles límites. Su discurso violento promueve otras violencias.
8. La frase, estrategia propagandística con escaso asidero. ¿Cuántos mexicanos de cualquier creencia religiosa estarían dispuestos a dar “abrazos” a sicarios? Quizá el mejor abrazo sería el que se ofrece a quienes purgan una sanción por sus actos violentos, están arrepentidos, restauran los daños y reencauzan saludablemente sus vidas.
X: @SergioRenedDios
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