¿Nos afecta un genocidio si éste ocurre a 13 mil km de donde vivimos y ocurre contra una población que habla un idioma extraño y practica una religión extraña para la inmensa mayoría de los mexicanos? La historia muestra que cualquier masacre ocurrida en contra de cualquier población, en cualquier parte del mundo, termina afectando a todo el planeta, pues nos cuestiona como humanidad misma y los discursos que pretenden justificar la agresión a unos suelen ser utilizados de forma similar para agredir a otros, entre los que podemos estar nosotros mismos.
¿Y esto que tiene que ver con la economía? Si bien el capital no tiene bandera y los flujos financieros viajan en tiempo real con muy pocos obstáculos, alrededor de gran parte del mundo, ello no significa que los detentores de gran parte de los recursos financieros no asuman posiciones ideológicas, políticas, económicas, sociales o religiosas, que puedan incidir sobre la vida económica de las naciones. La discusión sobre si el sionismo es una forma de racismo ha llevado históricamente a represalias económicas hacia países que así lo han considerado. Asimismo, el respaldar los intereses de naciones débiles frente a Estados con alto poder económico generalmente conlleva malestar hacia aquellos países que no comulgan con el predominio de las potencias occidentales.
Estamos siendo testigos de un genocidio, no por parte del pueblo judío, tampoco por parte de Israel, visto como nación, sino por parte de un Estado inserto en un larguísimo conflicto fronterizo, en el que pareciera que el espacio es demasiado pequeño para que quepan dos de las mayores culturas de la humanidad. A diferencia del conflicto en Ucrania, en este caso no está en juego el aprovisionamiento de combustibles, de acero, de trigo o de tecnología al Occidente. Se trata de una zona semidesértica, en la que viven cerca de 600 mil personas. Su valor está dado por la dignidad de sus habitantes, no por el precio del metro cuadrado de terreno. La cuestión, para todo el mundo, es… ¿cuál es el costo de oponerse a la masacre?
El plantearse una oposición frontal con el Estado de Israel puede inmediatamente traducirse en una amenaza de salida de capitales, desinversión o simplemente “falta de confianza de los inversionistas”, hacia quien se oponga de manera firme, sobre todo si se trata de un país económicamente débil. No nos referimos sólo a decisiones que pueda tomar el Estado de Israel, sino a presiones diversas que pueden ser ejercidas por empresas y personas acaudaladas que respalden a tal Estado. En tales circunstancias, la oposición al genocidio se torna delicada.
En el caso mexicano, seguramente existen fuertes intereses económicos privados asociados al Estado de Israel, pero también existen otros tantos asociados al mundo árabe, aunque no específicamente a Palestina. En todo caso, la definición de una postura clara se vuelve entonces más complicada, sobre todo en términos de posibles afectaciones financieras.
Para México, resulta aún más complicado establecer auténticamente una postura soberana cuando los Estados Unidos son, de lejos, el principal aliado del gobierno israelí a nivel mundial. La extrema dependencia económica que tenemos ante nuestros vecinos del norte generaría tensiones adicionales a la ya complicada relación, dadas las agendas migratorias, del narco y de tráfico de armas. Finalmente, la congruencia con lo esencial es obstaculizada por nuestra circunstancia.
Brasil ya rompió relaciones diplomáticas con Israel, pero México difícilmente tomará medidas drásticas. En todo caso, la situación nos muestra cómo la justicia, la ética, la democracia o la vida misma están siendo valoradas bajo el rasero del poder económico y de las implicaciones financieras que se deriven de nuestras posturas. El control del poder parece estar cada vez más en el mundo del dinero y no de los intereses de las culturas y del conjunto de las sociedades.
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