Cada cierto tiempo pasa algo, un suceso de tal envergadura, que nos cimbra por completo, pero al mismo tiempo parece como si desbloqueáramos nuevos estados de terror, nuevos niveles de desconfianza en las autoridades, nuevos llamados urgentes y desesperados a que se atiendan los hechos que nos indignan, nos lastiman, nos llenan de rabia.
El reciente (aunque no sé si es el mejor adjetivo, dada la información de que este sitio había sido ubicado desde septiembre de 2024) hallazgo en Teuchitlán, en el Rancho Izaguirre, donde el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco encontró cientos de indicios e información que apuntan a que ese predio era utilizado como campo de exterminio, espacio de entrenamiento del crimen organizado, lugar de trata de personas, predio de tortura y cremación ilegal de cuerpos, nos ha llevado a un nuevo nivel de horror.
La imagen de cientos de zapatos que serían de personas desaparecidas o recluidas para trabajos forzados, le dio la vuelta al mundo; la tierra siendo cernida por personal forense para rescatar pedazos de huesos, las hojas de cuadernos con mensajes para los seres queridos, una Biblia con fotografías, adentro, de un niño; un dije con una foto de una joven, las mamás y papás buscadores con palas y picos, removiendo, escarbando, para hallar partes humanas de los hijos de alguien, las hermanas de alguien, los tíos de alguien, las amigas de alguien…
Pero antes, hace casi dos años, nos estremeció el caso de los jóvenes del call center que fueron desaparecidos y sus cuerpos, hallados posteriormente en bolsas en un barranco; y poco después, en Lagos de Moreno, nos hizo llorar el video de cinco jóvenes desaparecidos y que fueron grabados mientras sufrían lo indecible, y cuyo paradero aún se desconoce…
En septiembre de 2018, justo seis años antes de que el Rancho Izaguirre fuera encontrado, supimos de la existencia de lo que a la postre llamamos los tráileres de la muerte. Vimos cientos de bolsas forenses apiladas en cajas frigoríficas que rodaron por toda la ciudad porque en el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses ya no había espacio para tantos cuerpos que se acumulaban ante la creciente violencia criminal. Pensamos entonces qué podía ser peor, qué podía ser más indigno y violento, quiénes eran los responsables y si iban o no a responder por ello. El fin del sexenio de Aristóteles Sandoval fue marcado por este caso que también tuvo eco internacional. Y durante los seis años posteriores vinieron las respuestas: sí, sí puede haber algo más indigno y violento. Sí, el terror creció en los seis años que siguieron como una enredadera, como una plaga, con autoridades de todos los ámbitos que demeritaron, minimizaron, negaron y hasta se burlaron de ello. La culpa siempre fue de alguien más, de los otros, de los de antes, de los de la oposición, de los enemigos que nos quieren dañar, decían; de esos que quieren que le vaya mal al país, al estado, a la ciudad.
Hay nombres y apellidos en el caso de Teuchitlán. Algunos incluso siguen. Rosa Icela Rodríguez, ahora en la Segob, era secretaria de Seguridad; Alejandro Gertz Manero es y era fiscal de la República; Blanca Trujillo Cuevas es y era la fiscal especial en personas desaparecidas de Jalisco; José Ascensión Murguía es y era alcalde de Teuchitlán.
Pero hay dos que deben responder, porque no hay forma de que no conocieran este hecho: Enrique Alfaro Ramírez y Andrés Manuel López Obrador.
¿Dónde están?
X: @perlavelasco
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