El Ayuntamiento de Guadalajara fue el primero en poner orden en una empresa que durante casi tres décadas sangró el erario con un pésimo servicio. En menos de tres meses, se sacudió la carga de Caabsa Eagle, echó a andar su propia red de camiones recolectores y contrató a más de 200 personas para cumplir con su obligación constitucional de proveer el servicio de recolección y tratamiento de basura. Bien. Estrellita.
Ya han pasado 210 días desde que Verónica Delgadillo juró el cargo, y el éxito de aquella primera decisión comienza a hacer mella. Lo que fue una virtud inicial hoy se percibe como un discurso gastado y, a veces, forzado: basta recordar que la semana pasada llevó un camión de basura al Talent Land para pedirle a jóvenes emprendedores en innovación y tecnología que se sumen a su esfuerzo de “limpiar” Guadalajara.
O aquella otra escena en la que citó a empresarios, líderes de cámaras y universitarios para firmar un pacto por una ciudad limpia, casi tres meses después de haber tomado el control de la recolección.
El ayuntamiento parece atrapado en su propia narrativa. Ahora, con el pretexto de remodelar el Parque Revolución para hacerlo “instagrameable” (Lemus dixit) de cara a la Copa Mundial, decidió “limpiar” de vendedores ambulantes un espacio tomado por el comercio informal desde la pandemia, que en cinco años nadie quiso regularizar ni ordenar.
Aunque es cierto que el tema de la basura se resolvió, en los programas operativos anuales ni en el proyecto de egresos aprobado se alcanza a vislumbrar un verdadero proyecto de ciudad.
Además, el Ayuntamiento de Guadalajara tiene una deuda pendiente con la modernización integral de los servicios públicos. Poco sabemos sobre retomar el control de los parquímetros, sobre la gestión del territorio a través de los planos parciales, o sobre el cuidado, la rehabilitación y promoción de los parques públicos. ¿Cuándo fue la última vez que se compró reserva urbana para crear nuevos espacios verdes? Tampoco hay información clara rumbo al 500 aniversario de la ciudad. Las últimas administraciones se han limitado a gestionar el día a día.
Si los programas sociales han sido absorbidos por las carteras federales y estatales, el ayuntamiento podría usar su capacidad económica, técnica y su buen historial crediticio para aventurarse en obras estructurales al servicio de quienes menos tienen. Por ejemplo: perder el miedo a construir ciclovías, recuperar atribuciones para ordenar las vialidades, repavimentar calles de forma integral, remodelar mercados no sólo para la foto, reconfigurar la idea y el edificio que tenemos en la Correccional, relocalizar el rastro, debatir el futuro del Mercado de Abastos, profesionalizar y equipar a su policía y asumir, de una vez por todas, la reingeniería del Siapa.
La basura ya fue. Lo importante ahora es imaginar qué sigue. Gobernar no es sólo mantener limpia una ciudad: es pensarla, construirla y ofrecer mejores condiciones de vida. Si el gobierno de Guadalajara no trasciende su primer y único gran logro, corre el riesgo de convertirse en un gobierno monotemático, incapaz de responder a las otras necesidades de su población.
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