Allá por finales de mayo de 1970, durante los días de vacaciones de primavera que, de acuerdo con el calendario escolar que había en México entonces eran los últimos 10 días de mayo, había temperaturas bastante elevadas, cerca de 30°C de calor seco, que agobiaban a los habitantes de la capital del país.
Teníamos alrededor de 18 años, unos más y otros menos, y no teníamos más preocupaciones que pasarla bien en los días de descanso. A alguno se le ocurrió que, ante la imposibilidad de ir a una playa, hiciéramos asoleaderos en los jardines, patios y azoteas de nuestras casas.
Así que un día llegamos armados con trajes de baño, toallas, pelotas playeras a la casa del valiente que se ofreció en primer lugar y, a partir de ahí, visitamos las diferentes casas de quienes integrábamos el grupo.
Conforme se corrió la voz de lo que hacíamos se fueron sumando otros participantes, en el afán de salir un poco de la rutina o de escapar de las tareas que los padres ponían para que no estuviéramos de flojos.
Con los nuevos participantes nos encontramos con que teníamos asoleada prácticamente todos los días de vacaciones. Las reuniones se prolongaban toda la mañana hasta las 2 de la tarde, hora en que salíamos corriendo a casa para comer.
Nuestras mamás, encantadas de que no anduviéramos vagando por las calles, nos recibían con gusto y nos ofrecían frutas y botanas. Cuando no había agua fresca o refrescos, echábamos coperacha para irlos a comprar.
Peloteábamos con los grandes balones playeros, nos mojábamos unos a otros o simplemente nos tirábamos al sol y nos poníamos a cotorrear para pasar el rato y así transcurrieron los 10 días de vacaciones de primavera de aquel año, previas al Mundial México de Futbol 70, que comenzó justo el último día del receso el 31 de mayo.
En ese tiempo no se sabía, en general, sobre el calentamiento global y los problemas que trae consigo la falta de responsabilidad de los seres humanos para con el medio ambiente. Lo que era cosa de científicos es hoy una cuestión del conocimiento y la conciencia públicos.
Durante los últimos años hemos tenido un aumento constante de las temperaturas ambientales no sólo en Jalisco y en México, sino en el mundo entero, lo que ha provocado el deshielo de los polos, de grandes témpanos de los glaciares, con la consiguiente pérdida de hábitat que ha colocado a especies en peligro de extinción.
Las altas temperaturas en las grandes urbes se van volviendo intolerables, a pesar de la capacidad de los seres humanos para adaptarse a cualesquiera condiciones, la incomodidad va llegando al extremo, provocando el uso de paliativos como ventiladores y aires acondicionados que contribuyen al dañar más al medio ambiente.
La huella de carbono –cantidad de gases de efecto invernadero– que dejamos con estas prácticas y que contribuye significativamente al calentamiento global aumenta, convirtiéndose en una secuencia: más calor, más uso de electricidad, más calentamiento, más calor, y así continúa, formando un círculo vicioso interminable.
Sólo podremos detenerlo y, eventualmente, invertirlo, si tomamos conciencia y emprendemos acciones que tengan un impacto positivo en la disminución de la huella de carbono de cada individuo.
Así sea.
X: @benortega
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