28 años después, (también conocida como Exterminio: La evolución) marca el esperado regreso de Danny Boyle al cine de género, casi dos décadas después de haber revolucionado el cine zombi con 28 semanas después. En esta tercera entrega de la saga, que se estrenó el jueves en la pantalla grande, Boyle retoma la dirección y se reúne con Alex Garland, guionista original, para continuar el universo que iniciaron en 2002 y que abandonaron en la secuela 28 semanas después (2007). Esta nueva entrega no solo revitaliza una franquicia dormida, sino que también funciona como el primer capítulo de una nueva trilogía.
La historia se sitúa casi treinta años después del brote inicial. Gran Bretaña permanece en cuarentena tras el colapso provocado por el virus de la rabia. En ese paisaje postapocalíptico conocemos a Spike (Alfie Williams), un niño de 12 años, y a su padre (Aaron Taylor-Johnson), quienes cazan infectados con arco y flechas, una actividad tan temeraria como absurda. Tras regresar de forma casi milagrosa a su isla, Spike se ve forzado a emprender una nueva travesía: llevar a su madre enferma (Jodie Comer) a tierra firme, en busca de Ian Kelson (Ralph Fiennes), un médico tan brillante como inestable.
La cinta comienza con una escena nostálgica de niños viendo Teletubbies, contraste que subraya la pérdida de inocencia que define la película. Con una estructura dividida en dos mitades -una enfocada en la aventura padre-hijo y otra en el heroico viaje del niño para salvar a su madre-, 28 años después mezcla con efectividad el drama familiar, la tensión psicológica y el terror de supervivencia. El guion de Garland evita los clichés del género y se centra en temas como la resiliencia humana, los dilemas éticos y el costo emocional de sobrevivir en un mundo colapsado.
El relato se enriquece con personajes tridimensionales cuyas decisiones, motivadas por traumas y heridas personales, generan un drama auténtico. La química entre los actores sostiene gran parte del peso emocional del filme, con interpretaciones destacadas de Taylor-Johnson, Comer, Williams y Fiennes. La dirección de Boyle se mantiene vibrante: su característico estilo visual -montajes frenéticos, encuadres móviles y un tratamiento visceral de la violencia- se combina con una notable dirección de arte que recrea ciudades arrasadas, bosques oscuros y ruinas llenas de tensión. Además, la banda sonora, compuesta por Young Fathers, potencia tanto la intensidad de las secuencias de acción como la carga emocional de los momentos más íntimos.
Aunque filmada con un iPhone, la estética nunca se siente forzada ni barata, como sí ocurrió en experimentos similares de otros cineastas. Boyle demuestra que, incluso con herramientas mínimas, puede construir una experiencia cinematográfica de alto nivel. La película se convierte así en un digno cierre de la trilogía inicial, con suficiente fuerza narrativa y emocional como para justificar su existencia más allá de la nostalgia.
No obstante, la película no es del todo redonda. Una secuencia final introduce a Jack O’Connell como líder de un culto experto en eliminar infectados, en lo que parece una escena postcréditos insertada antes de tiempo.
Su inclusión debilita el cierre emocional, al priorizar el negocio sobre el drama, preparando el terreno para 28 years later: The bone temple, dirigida por Nia DaCosta y prevista para 2026.
Spotify: pablogarabito
jl/I
|