Cada 10 de septiembre se conmemora el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, una fecha para reflexionar sobre una de las problemáticas más dolorosas de la salud pública. El suicidio no distingue clases sociales ni edades, pero sí tiene grupos particularmente vulnerables y un espacio donde, con frecuencia, se gesta en silencio: el hogar.
En México, durante 2024 se registraron 8 mil 856 defunciones por suicidio en personas de 10 años y más, lo que equivale a una tasa de 6.8 por cada 100 mil habitantes (Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2025).
La brecha de género es contundente: 11.2 casos suceden por cada 100 mil hombres frente a 2.6 por cada 100 mil mujeres. Por grupos de edad, la tasa más alta se concentra entre los 30 y 44 años (10.7), seguida por la población de 15 a 29 años (10.2), lo que confirma que los adolescentes y adultos jóvenes están en alto riesgo.
La estadística se vuelve aún más cruda cuando observamos que 68.9 por ciento de los suicidios ocurrió en la vivienda particular, es decir, dentro del espacio familiar. Esto nos obliga a mirar con seriedad lo que sucede al interior de los hogares: dinámicas de violencia, aislamiento, falta de escucha o ausencia de apoyo emocional. El hogar puede ser un lugar de contención y cuidado, pero también un espacio donde se profundiza el dolor. A ello se suma la dificultad cultural que aún persiste para hablar de salud mental sin estigmas. En muchos hogares mexicanos la tristeza profunda o las conductas autolesivas todavía son vistas como maneras de “llamar la atención” y no como señales de alarma.
Estos números no son fríos. Detrás de cada estadística hay una vida truncada y una familia marcada por la pérdida. Aquí es donde la familia juega un papel determinante. La prevención no se limita al ámbito clínico, sino que comienza en casa. Un entorno familiar donde haya escucha activa, comunicación abierta y acompañamiento emocional puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. La familia es el primer lugar donde se puede identificar un cambio de conducta, un aislamiento repentino, una baja en el rendimiento escolar o frases que revelen desesperanza.
El suicidio no se previene con silencio, sino con diálogo, empatía y acción. Hablar del tema en casa, abrir espacios seguros y fomentar la cercanía puede salvar vida de una persona.
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