Desde arriba, eso dicen en la UdeG. Y agregan: no se puede, hay normas, hay reglas y procedimientos que deben respetarse. Claro que los hay. Eso ya se sabe. Como también que los han impuesto no solo para normar, sino para dominar todos los procesos, para administrarlos siempre a su favor aparentando democracia.
Por estas razones como éstas no hay sociedad en movimiento que no se plantee romperlos, rebasarlos, reformarlos, eliminarlos incluso. ¿Por qué? Simple, porque con esos siempre ganan. Ellos dicen quién sí y quién no tiene derecho a participar. Son ellos los que deciden los tiempos y los que concentran los recursos. Ellos califican los resultados.
El movimiento estudiantil popular de 1968, recordemos, inició con una demanda central: ¡Diálogo público! Gustavo Díaz Ordaz nunca lo aceptó y prefirió masacrar a los estudiantes. Desde entonces el Comité 68, cada 2 de octubre, sigue diciendo: no olvidamos, no nos reconciliamos y tampoco perdonamos. Luego, en 1986, nuevamente en la UNAM, el CEU demostró que ya no hay “resoluciones obvias”.
La historia es otra. Los sujetos en movimiento, antes que “realistas”, siempre pretenden lo imposible. Su fuerza radica en el ¡NO!, en la negatividad, en su rebeldía. Y, aunque no logren sus demandas, prefieren ser así. En eso se finca su fortaleza y su aparición y desaparición temporal. Quienes dominan y los analistas siempre se equivocan pensando que, por medio del Ejército y las policías, de la violencia, de los golpeadores, del engaño y la traición pueden derrotarlos.
Cierto, con la muerte, los golpes, la cárcel, la desaparición los debilitan, los desarticulan, pero nunca, aunque así parezca, los derrotan definitivamente. Solo se repliegan, se esconden bajo la tierra y, como las cigarras, esperan pacientemente su tiempo para regresar. Con digna rabia reiteran: volveremos y seremos más, porque donde hay dominio hay resistencia.
Por supuesto nadie sabe cuándo regresarán o emergerán. Lo sabemos hasta que estallan en las calles. Cuando no soportan más los agravios. Y entonces los que dominan se declaran sorprendidos y hasta preguntan, ¿por qué reaccionan así?, si nosotros también trabajamos por la paz. Eso dicen, pero no buscan a los estudiantes desaparecidos, no rompen relaciones con el gobierno genocida de Israel, no se oponen a los procesos extractivos que están devastando los bienes comunes naturales. Privatizan relativamente las universidades públicas. ¿Entonces, cómo?
Sus maniobras ya no engañan a todos. No importa si se mantienen en el poder, no se les cree. Y por eso las protestas que parecen surgir de la nada no quieren entenderlas. Y entonces al recurso de la violencia física, le suman la descalificación, el desprecio a la inteligencia estudiantil. Les dicen son “agentes externos”, “provocadores”, “antiuniversitarios”, “manipulados”, “radicales”, “fuera de la realidad”, “encapuchados” que no dan la cara.
Allá por el año de 1994, dijeron los zapatistas: “hasta que nos tapamos la cara voltearon a vernos”. En las ciudades, en las universidades no necesariamente somos indígenas, pero igual no nos ven y dicen entendernos solo si votamos por ellos, si no los cuestionamos, si no les exigimos. Pero eso, como vemos, ya no está pasando.
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