Para qu� sirve el Mundial si no hablamos de derechos

2025-09-23 06:00:00

En la ciudad lucen, sin pena ni gloria, unos artilugios llamados tótems que marcan la cuenta regresiva hacia el silbatazo inicial del Mundial de Futbol 2026. Quedan 260 días para que comience uno de los eventos deportivos más seguidos por miles de millones de personas en todo el planeta. Y muchos pensamos: ¿para qué sirve el Mundial, si ya sabemos que los gobiernos gastan fortunas en publicidad y en hacer “instagrameable”, como dice el gobernador Pablo Lemus, algunas zonas de la ciudad?

Hace poco comprendí el poder de influencia que puede tener un Mundial. En Argentina 1978, en plena dictadura de Jorge Rafael Videla, el futbol se convirtió en escaparate mundial mientras el Estado desaparecía, torturaba y asesinaba a quienes pensaban distinto.

Conocí a Miguel Tano Santucho, nieto restituido número 133 por Abuelas de Plaza de Mayo. En una reunión en Flacso nos relató cómo aquellas mujeres, junto con académicos y defensores, pusieron el cuerpo para denunciar los crímenes del régimen tras el golpe de 1976. Las Madres comenzaron a marchar en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, mientras Rodolfo Walsh enviaba su histórica “Carta abierta a la Junta Militar”, por la que fue desaparecido y asesinado en 1977.

Pero llegó el Mundial 78, y con la mirada internacional también llegaron las preguntas incómodas. En 1979, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitó cárceles y centros clandestinos como la ESMA, y en 1980 publicó un informe que documentó la magnitud de la represión. Aunque la Junta lo ignoró, encendió las alarmas internacionales sobre los crímenes de lesa humanidad.

Décadas después, otro Mundial sirvió de catalizador del descontento. En Brasil 2014, las protestas estallaron contra los altos costos de los estadios, que se estimaron en más de 11 mil millones de dólares, mientras la población carecía de vivienda, salud y educación digna.

Hubo desalojos masivos, gentrificación en Río de Janeiro y São Paulo, y una oleada de inconformidad que minó al gobierno de Dilma Rousseff. Aunque su destitución llegó en 2016, acusada de delitos fiscales, las movilizaciones de 2014 ya habían revelado un malestar social profundo.

La diputada local Mariana Casillas lo ha recordado recientemente: el Mundial puede ser un espejo que desnuda las prioridades equivocadas de los gobiernos.

Muchos políticos acarician su ego creyendo que ganar la sede de un Mundial los convierte en estadistas globales. Y en su afán de lucir ante el exterior, olvidan que deben rendir cuentas a quienes los votaron y pagan sus sueldos.

Los eventos internacionales pueden transformar ciudades, como Barcelona 1992 o Atlanta 1996 con los Juegos Olímpicos. Pero seamos sensatos: ¿qué pasará después del Mundial? Seguiremos con los desaparecidos, con la crisis de vivienda y con problemas que no se resuelven con estadios brillantes, sino con gobiernos responsables. ¿Para qué sirve el Mundial si no hablamos de derechos?

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