Se cumplió un año de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, y más allá de los balances económicos y los grandes pendientes en materia de salud y seguridad, quiero abordar el renglón de la rendición de cuentas.
El cambio más controvertido es la desaparición del Inai como órgano autónomo y la creación de Transparencia para el Pueblo, que ha sido vista como un retroceso por algunos sectores. Si bien los antiguos órganos cayeron en un proceso de descomposición, era preferible transformarlos que eliminarlos, ya que es problemático que el Ejecutivo sea juez y parte en las quejas por acceso a la información, y varias instituciones locales tendrán que empezar de cero. No obstante, soy de los que otorga voto de confianza a Raquel Buenrostro y Tanivet Ramos. Sus perfiles me parecen adecuados para dar continuidad institucional dentro de los márgenes que permite el nuevo paradigma.
Hoy quisiera detenerme en un aspecto que, si bien no encaja en la ortodoxia conceptual de la rendición de cuentas y de los marcos institucionales clásicos, es fundamental para los que, según Andreas Schedler, son dos de los elementos sustantivos dentro de ese proceso: la obligación de informar y justificar.
Sheinbaum mantuvo las conferencias matutinas, formato inédito frente a estrategias tradicionales de control del mensaje como las transmisiones radiofónicas de Roosevelt, los anuncios televisivos de Kennedy o las manifestaciones en la red Truth Social de Trump.
Muchos argumentan que también en las mañaneras hay mucho control el mensaje. Pero cualquier periodista puede registrarse, se le otorga una fecha y tiene la posibilidad de preguntar. Si ese día no alcanza el tiempo, acude al siguiente y tiene preferencia para exponer su duda. Esto ha permitido la presencia de voces críticas en las conferencias. Y en algunos casos, hasta momentos tensos.
Las mañaneras también cumplen una función pedagógica. Titulares de secretarías explican reformas, procesos o funcionamiento de instituciones y hemos aprendido de aranceles, aduanas, temas fiscales, energéticos, variedades del maíz, concesiones del agua o heroínas de la patria injustamente olvidadas.
Recientemente se sumó una nueva actividad: la gira presidencial a los 32 estados para rendir informes adaptados a la realidad local, desmenuzando los logros y proyectos para cada entidad que no pudieron pormenorizarse el 1 de septiembre.
Si los puristas no quieren llamar a esto rendición de cuentas, propongo un concepto alternativo: responsabilidad comunicativa. Explicar y responder, aunque no medie una sanción formal. Es una forma de accountability blanda, pero no por ello menos significativa.
Creo que la rendición de cuentas no se limita a los mecanismos formales, sino que se fortalece en espacios de diálogo, pedagogía política y justificación pública. Este estilo pone la vara alta para quienes aspiren a la Presidencia en el futuro. Pararse dos horas cada día ante la prensa y recorrer el país para informar directamente no es poca cosa.
Aún con todos los claroscuros que se le quieran encontrar, en política siempre será valioso darle la cara a la sociedad.
*Profesor investigador del CUGDL de la UdeG
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