Entrarle a la herida colonial

2025-10-17 06:00:00

Entre las múltiples e inmensas capacidades que tiene la ficción en la narrativa actual, hay un grupo de autoras latinoamericanas que, me parece, están haciendo cosas extraordinarias con ella: repensar las formas hegemónicas en las que se narró el mundo hasta hace muy poco. 

No me refiero -o no únicamente- a lo fantástico entendido desde el realismo mágico o la ciencia ficción y sus derivados; me refiero a la forma delirante y radical en la que abordan una mirada del mundo fuera del colonialismo, en relatos casi utópicos. Se trata de ficcionar las voces de quienes nunca usaron los libros ni los medios tradicionales para contar sus historias. 

Uno de los ejemplos más recientes es la autora brasileña Micheliny Verunschk, cuyo libro El sonido del rugido de la onza acaba de traducirse al español bajo el sello editorial Elefanta, en versión de Rodolfo Alpízar Castillo. 

En él se escucha la voz de una niña del Amazonas, profundamente vinculada con su tierra y con los animales, desde los más pequeños insectos hasta las más aterradoras bestias. 

Lo que hace la autora en la novela es utilizar la ficción como una forma de encarnar el conocimiento ancestral amazónico, antes de que fuera narrado por los conquistadores: por el hombre blanco a punto de explotar la tierra que pisa y a todos sus habitantes. La trama explora la historia de dos niñas indígenas, Iñe-e y Juri, llevadas a Europa en el siglo 19 como piezas de exhibición de un museo. Durante la travesía marítima —en las entrañas de otro animal, una ballena simbólica— sufren el despojo, pero conservan algo que nadie puede arrebatarles: la palabra, la memoria de sus ancestros y, sobre todo, la promesa del futuro. Un futuro que le esperaba a su descendencia en una tierra también marcada por el abuso, el conflicto y la centralidad masculina en todos sus intercambios. 

El libro entrelaza pasado y presente a través de Josefa, una mujer contemporánea que busca sus raíces indígenas y se enfrenta a la historia de las niñas y al trato de animal exótico que recibieron. 

Esa proeza narrativa, sostenida en una poética vital, me parece brillante, innovadora y triste. Compleja, pero al mismo tiempo, de una inocencia y transparencia casi insoportables. Lo digo porque el lector que acompaña ese viaje es testigo de las injusticias cometidas en nombre de la ciencia. Y las sufre también, junto con las pequeñas niñas que llevan dentro de sí el ojo y la sombra de la onza: una bestia feroz, símbolo de fortaleza y de mal augurio dentro de la tribu. 

Historias como esta desentrañan la cicatriz colonial que, de una forma u otra, todas llevamos. Y con ello, me parece, demuestran que sí es posible imaginar el fin del capitalismo; sí es posible darle voz a las protagonistas de las peores atrocidades que hemos vivido; sí es posible imaginar el fin del mundo de maneras distintas, si somos capaces de imaginar el pasado sin que nos dicten la plana los mismos conquistadores. Con otra cercanía: más en la tierra. Más con las ancestras. 

Autoras como Micheliny Verunschk muestran no solo las inmensas posibilidades de la ficción, sino también la capacidad humana de, incluso frente a la desesperanza, imaginar que el futuro puede ser otra cosa. No me parece que haya un mejor uso para la esperanza. 

jl/I

 
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