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Desde niña soñé con ser periodista. Hoy, después de más de cuatro años y más de 100 columnas escritas, puedo decir que ese sueño se hizo realidad. Escribir en este espacio ha sido una de las mayores responsabilidades y honores de mi vida, y un profundo compromiso de denunciar, visibilizar y acompañar a quienes han sido víctimas de violencia, en un contexto donde la injusticia y la indiferencia prevalecen.
En estos años traté de aportar al análisis sobre la situación de violaciones a los derechos humanos en Jalisco y en el país, con el gran reto de desarrollar temas tan complejos en apenas 550 palabras. Durante este tiempo, el panorama se volvió aún más devastador. El número de personas desaparecidas se multiplicó, los hallazgos de fosas rebasaron lo imaginable y la impunidad siguió extendiendo sus raíces. Muchos de los casos que abordé aquí fueron un doloroso recordatorio de esa realidad.
Este espacio buscó ser un hogar para las víctimas, recordando que, al hablar de violencia, no hablamos de estadísticas, sino de vidas e historias de miles de personas en todo el país. Cada columna intentó ser una invitación a una reflexión colectiva y un llamado de acción, tanto para las autoridades como para la sociedad en su conjunto.
Detrás de cada texto estuvo el esfuerzo y esperanza de muchas personas que día a día luchan por la verdad y la justicia, especialmente familiares de personas desaparecidas, quienes han sido mi mayor fuente de inspiración y motivación. Escribir sobre sus historias me permitió también reafirmar una década del camino profesional y personal a su lado, procurando que siempre estuvieran presentes.
En su fuerza, valentía y amor aprendí que la esperanza es también una forma de dignidad que se transforma y, a pesar de las adversidades, nos permite seguir caminando. Como escribió Eduardo Galeano: “Para eso sirve la utopía (esperanza): para caminar”.
Y justo por eso estamos aquí. Las columnas constituyeron una forma de caminar, y cada palabra fue un paso. Acompañar a las personas, nombrar las ausencias, contrastar la narrativa oficial y visibilizar lo invisibilizado, ha sido, para mí, un acto de esperanza. Compartir en este espacio nombrado Desde la Dignidad, ha sido también una manera de resistir.
Ahora, llega el momento de cerrar el ciclo, y lo hago con profunda gratitud, crecimiento y muchos aprendizajes. Agradezco a El Diario NTR Guadalajara, a Sergio René y Sonia Serrano, personas a quienes admiro profundamente, por la confianza, y por la oportunidad de compartir con plena libertad y con el corazón. Agradezco también al Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo, y en especial a Denisse Montiel por su acompañamiento generoso y constante. Pero, sobre todo, gracias a todas las personas quienes leyeron, compartieron, encontraron sentido o se reconocieron en mis palabras. Su presencia aquí dio sentido a cada columna.
Los rostros e historias que habitaron este espacio me acompañarán siempre. Me llevo el mismo compromiso y la esperanza de que las palabras puedan ser una herramienta de cambio que alumbran y transforman los silencios y olvidos, incluso cuando nuestros pasos parecen pequeños o insignificantes.
Como escribió Václav Havel, figura cercana a mi país de origen, Polonia: “La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte”.
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