La sombra de Bernie Sanders

2016-11-09 23:01:14

Al filo de la medianoche, cuando Donald Trump rebasó la cifra mágica de los 270 votos electorales y se alzó con la Presidencia de los Estados Unidos, la conmoción desatada no solamente estremeció a sus habitantes, sino que se extendió a todos los países, provocando una serie de reacciones de diversas magnitudes que oscilaban entre estupor y el pánico.

Parecía inconcebible que un personaje al que se calificaba de “racista, xenófobo, misógino”, hubiera sido elegido presidente por sobre una candidata, Hillary Clinton, que reunía las mejores cualidades (experiencia en cargos públicos, trayectoria política, etc.) para ocupar la oficina oval. Al parecer, a contrapelo del clima de opinión, los estadounidenses decidieron en las urnas otorgarle a Donald Trump la holgada mayoría de 306 votos electorales.

Lo que nunca entendieron quienes se dedicaron a tratar de imponer una imagen negativa del candidato republicano mediante la descalificación de su retórica impregnada de tintes racistas y sus expresiones sobre las mujeres que destilaban machismo y la misoginia, fue que, más allá de eso, lo que provocaba la simpatía y entusiasmo entre sus seguidores era su condición de ser un outsider de la casta política, pero sobre todo por su encendida denuncia y enérgica confrontación discursiva contra el sistema establecido. A final de cuentas, la ira acumulada por los amplios segmentos de la población blanca, que han resentido los efectos de la política económica de las administraciones de Bush y de Obama, encontró en la personalidad y el discurso de Trump el vehículo idóneo para canalizar su descontento.

El éxito de Trump fue haber convertido a la elección en un evento plebiscitario sobre la continuidad del sistema y plantear desde su bandera antiestablishment una serie de audaces propuestas que puso los pelos de punta a los beneficiarios de la economía global. Esto explica, por ejemplo, el pánico experimentado en los mercados internacionales a la noticia de su triunfo.

El desastroso resultado electoral de Hillary no se debió a su campaña; de hecho su destino se definió en las primarias demócratas, cuando apoyada por la maquinaria del partido se impuso a Bernie Sanders, senador por Vermont, que bajo la consigna de iniciar una revolución política que removiera los cimientos del sistema político norteamericano y la subordinación del gobierno a los intereses de Wall Street, conectó con aquellos sectores progresistas, particularmente con los jóvenes millenials, que se movilizaron de manera entusiasta y multitudinaria para apoyar su nominación. Sanders representaba para los demócratas la opción antiestablishment no sólo en posibilidad de confrontar a Trump, sino, de acuerdo a diversos sondeos, de derrotarlo. Al decantarse por Hillary, los estrategas demócratas sentenciaron su debacle.

Resulta significativo que en 12 de los 21 estados en los que Sanders superó a Hillary, y que en conjunto representaban 83 votos electorales, la candidata demócrata perdió ante Trump. Entre ellos, estados que resultaron ser claves para el desenlace como Michigan y Wisconsin. En contraste, de los 27 estados que habían dado su voto a Hillary en las primarias, solamente en ocho obtuvo su respaldo en la elección presidencial.

Los demócratas apostaron a que con la estructura partidaria, la movilización del voto latino, impulsado por el miedo a la retórica de Trump, el voto afroamericano y los millenials de Sanders, les bastaría para derrotar a la amenaza republicana. Sin embargo, ni Obama ni Sanders estaban en la boleta y no hubo nada en el discurso de Clinton que suscitara en los jóvenes el mínimo estímulo para  votar por ella.

Anoche, la sombra de Sanders se paseaba en el centro de convenciones Jacob K. Davis de Nueva York, entre decenas de jóvenes que lloraban.

[email protected]

 
Derechos reservados ® ntrguadalajara.com