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El futuro de la democracia

Después de los resultados electorales en Brasil del pasado domingo, donde el candidato de la ultraderecha, Jair Bolsonaro, logró 46 por ciento de los votos para la Presidencia de ese país y el candidato de la izquierda, Fernando Haddad (auspiciado por Luiz Inácio Lula da Silva) tan sólo logró un raquítico 29, se requerirá un verdadero milagro para que Bolsonaro no gane en la segunda vuelta el domingo 28 de octubre.

De ocurrir esto, su triunfo se sumaría a resultados electorales similares en otros países donde los nacionalismos, populismos y la extrema derecha están sistemáticamente triunfando o elevando las preferencias electorales entre sus electores. Muchos intelectuales se han preguntado si esta pauta electoral tendrá algún efecto negativo sobre la precaria salud de la democracia. ¿Estamos ante el fin de la democracia?

En efecto, de acuerdo con el Latinobarómetro, América Latina ha experimentado un descenso del apoyo a la democracia, pues de 2010 que tenía 61 por ciento ha pasado a tan sólo 53 (México es el que más ha tenido una “disminución muy significativa” de la región, pues pasó de 49 a 38). Mientras que la satisfacción con la democracia en la región latinoamericana es de 30 por ciento, en México tan sólo es de 18 (claro que la satisfacción con la democracia está directamente correlacionada con la aprobación del gobierno de Enrique Peña Nieto, que apenas tenía 20).

Ante evidencias similares en el resto del mundo, David Runciman en su reciente libro How Democracy Ends (Cómo termina la democracia) pregunta sobre el futuro de la democracia. El profesor de política en la Universidad de Cambridge manifiesta que la democracia está, como las personas, en crisis de edad media, pero que sin lugar a dudas su futuro será muy diferente; dependiendo cómo la libre de al menos tres condiciones.

El primero, afirma que la democracia ha superado los peligros de golpes de Estado, desterrando con ello la violencia política. Esto es, la estabilidad democrática de una sociedad inhibe la búsqueda del poder por otros medios que no sean los electorales (aunque otro tipo de violencia, la delincuencial, sí pudiera poner en jaque a la democracia). En segundo término, la amenaza de una catástrofe mundial (guerra nuclear o ambiental) que en el pasado enfundó las relaciones internacionales. Por último, la revolución de las tecnologías de la información ha trastornado los principios en que la democracia operará (inteligencia artificial).

Al final, Runciman se pregunta si tiene sentido reemplazar la democracia por otro sistema mejor. Dice que cuando las personas experimentan la crisis de la edad media significa que en realidad se debe cambiar; para ello, analiza algunas alternativas: desde los autoritarismos hasta los anarquismos del siglo 21. Sin embargo, afirma que la democracia moderna tiene atractivos que se deben considerar, como el de ofrecer dignidad a sus habitantes, así como estabilidad, aunque también el temor de que esto no perdure.

Runciman presenta tres modelos posibles de alternativas a la democracia. Primero, el modelo pragmático chino, que brinda beneficios tangibles por el Estado, pero con un alto costo que limita su libertad de expresión. Segundo, la epistocracia o el gobierno por los conocedores, donde sólo los preparados podrán participar en la toma de decisiones, los que es completamente opuesto a la democracia, donde los ciudadanos tienen los mismos derechos. Por último, la sociedad puede ser liberada por la tecnología, una especie de comunidad digital conectada para tomar decisiones, sin la intervención de un gobierno (democracia electrónica).

El autor, en lugar de dar posibles soluciones a los problemas con los que se enfrenta la democracia, ofrece lecciones: si ya pasaron los mejores años de la democracia, en la vejez puede tener propuestas significativas; mientras existe, la democracia hay que vivirla; la democracia es capaz de regenerarse a sí misma; la democracia no tendrá un punto final, aún existirán casos de éxito. Concluye afirmando que “la desaparición de la democracia no es nuestra desaparición. Su salvación no es nuestra salvación”.

JJ/I