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El PRI, como el tío Lolo

Aunque todo depende del cristal con el que se mire, por un lado los foros de consulta que organizó el PRI para conocer las razones de su dolorosa derrota del 1 de julio fueron un fracaso en cuanto a la participación de la militancia, pues según cifras reveladas en la asamblea realizada el sábado –con una muy pobre asistencia, también– participaron 4 mil 714 priístas de un padrón validado por el Instituto Nacional Electoral de 327 mil. O sea, apenas 1.44 por ciento, lo que refleja un total desinterés por participar.

Y por si eso fuera poco, no menos preocupante fue el resultado de la consulta realizada por la Red de Jóvenes por México entre apenas… ¡600 jóvenes de entre 18 y 35 años en todo el estado!

Pero quizás sea entendible la pobre participación de priístas en sus foros –donde curiosamente se aplicó una encuesta con respuestas aportadas, de opción múltiple–, pues mientras la dirigencia los organizó para conocer de voz propia de los militantes cuáles consideraban las razones de su histórica derrota, quienes participaron en ellos confirmaron lo que todos sabíamos –priístas y no– y que, por tanto, hacían ociosos dichos eventos.

Las causas de la derrota, según estos foros, fueron: la corrupción (de los priístas en el gobierno), por lo que exigieron que sean expulsados del partido los corruptos; la ausencia de contacto con la sociedad (de los gobernantes priístas y de las cúpulas priístas); y poner fin al dedazo en la elección de candidatos y dirigentes (exigen mayor democracia). ¿A quién sorprenden estas conclusiones si estas prácticas fueron el pan nuestro de cada día en los procesos internos del PRI durante las dos elecciones celebradas en este sexenio, en 2015 y 2018? No pocos militantes las denunciaron y se menospreciaron.

Para no pocos priístas, los resultados electorales de este año simplemente confirmaron que los errores cometidos hace tres se ignoraron, se minimizaron o se despreciaron, que no se aprendió del pasado, porque las cúpulas creyeron que sólo ellos tenían la razón en la toma de decisiones, porque prevaleció el amiguismo y compadrazgo a la hora del reparto de las candidaturas, y porque como es la regla no escrita en el PRI –a nivel CEN y los comités estatales–, el primer priísta del estado –o del país– tiene prioridad y la última palabra en la designación de candidatos. Por eso tanto el gobernador como las dirigencias priístas, unas más y otras menos, son responsables de la debacle de su partido en Jalisco.

Pero como dice el dicho: ven la tempestad venir y no se hincan. Por un lado, la realización de estos foros no fue sino el juego del tío Lolo, aunque pretendan justificarse con mil y un argumentos; por el otro, son inexplicables las escenas registradas en una asamblea como la del sábado donde se hicieron de palabras Eduardo Almaguer, Héctor Robles y Rubén Vázquez, además de que cuando este último pidió la presencia del gobernador en la asamblea para que explicara el caso de Héctor Pizano, los dos primeros y la gente que los acompañaba abandonaron el lugar mientras al dirigente del Movimiento Territorial le pedían a gritos que explicara por qué se iba a Morena. Vázquez también tomó la decisión de retirarse.

Si el PRI quiere comenzar a recuperar lo que a lo largo de los años ha perdido por malas decisiones, las cúpulas necesitan dejar de buscar culpables en los vecinos de enfrente y ser realmente autocríticas. El priísmo en Jalisco ya estuvo 18 años fuera del poder y todo parece indicar que le espera la misma suerte que a sus correligionarios de Guanajuato, por mencionar a los más próximos. Porque frente al consolidado partido Movimiento Ciudadano, el emergente Morena y un recuperado PAN, el PRI de hoy nada tiene que hacer. Se guanajuateicirá. Al tiempo.

ES TODO, nos leeremos ENTRE SEMANA.

da/i