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Posverdad

Recientemente el término “posverdad” aparece como un “nuevo” neologismo para describir a nuestros tiempos. Éste alude a la distancia, cada vez mayor, entre los discursos políticos y los hechos reales que producen.

La realidad es que el ser humano es una especie que convive con este fenómeno desde sus orígenes, sin embargo, en la actualidad es más evidente puesto que nuestro acceso a la información es descomunal en relación al resto de la historia de la humanidad. La diferencia con otras épocas es el aumento de herramientas para validar lo dicho en el estrado.

Mi interés por el tema surge a partir de escuchar o leer cada mañana a los explotadores del discurso interpretativo. En México, y desde muy temprano, a Andrés Manuel López Obrador, en Venezuela a Nicolás Maduro, en temas referentes al Brexit a Theresa May, en el país vecino a Donald Trump, entre otros.

Si bien el poder de la cooperación entre individuos se genera a partir de un delicado equilibrio entre la verdad y la ficción, (también conocido como consenso social) los nuevos líderes abusan del uso de la ficción y la interpretación.

En este caso en particular el exceso de información juega en contra del interés ciudadano. La mentira y la verdad comparten una misma cualidad son entidades abstractas, la primera es negada racionalmente a partir del conocimiento de la segunda, la cual está fundamentada con hechos convincentes, mismos que la legitiman como verdad. No obstante, el exceso de información ha dado nacimiento a las famosas “fake-news” (noticias falsas o parciales) y así a la evaporación de la delgada línea entre la verdad y la mentira. El equilibrio del cual hablábamos, ya no existe.

El fenómeno se gesta en la mera intersubjetividad de la verdad. Asumiendo la verdad como un consenso entre personas en el interior de una cultura, en la actualidad la digitalización de los intercambios sociales lleva a que los sujeto se aíslen y se comuniquen únicamente con quienes ya piensan como ellos. De esta manera “la verdad” es creada en un ambiente aislado de contrapesos; es aquí donde la polarización comienza y la “posverdad” da a luz.

Hoy, más que en cualquier otra época, se comprueba que el ejercicio de la política apela directamente a los sentimientos sobre a la racionalidad. Quizá algunos se sientan ofendidos, pero el ejercicio político no está diseñado para quienes ostentan conocimiento sobre ciencia política. La razón es simple, la población ya no cree en los hechos; el enfado, miedo y escapismo a un sistema que no ofrece soluciones estructurales orilla a la población a convencerse por medio de discursos que se sienten en el hígado y se alejan del cerebro.

El objetivo, no es tomar partido, puesto que estos discursos se encuentran tanto en la demagógica derecha, encabezada por Donald Trump, como en la falsa izquierda del Imperio Bolivariano en Venezuela. La finalidad es orillar al lector hacia el pensamiento crítico, no necesariamente concordar en una misma conclusión, sino cuestionar lo dicho por nuestros dirigentes y evaluarlos mediante datos que respalden su postura. Es nuestra tarea como ciudadanos generar formas colectivas que permitan encontrar ideas adecuadas que amplíen nuestra creatividad y sentido crítico. De lo contrario las urnas seguirán elevando a sujetos mesiánicos y radicales al poder.

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JJ/I