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De muros y poliductos

La desafección democrática y el desapego político en los países de la OCDE, Europa y América son cada vez más constantes. La crisis de los modelos de democracia liberal se refleja en el arribo a los gobiernos de candidatos de corte populista, tanto de izquierda como de derecha. Los más recientes: Nicolás Maduro, quien ayer tomó posesión en su segundo mandato (muy a pesar del rechazo generalizado y de la crisis de ese país) y Jair Bolsonaro (un xenófobo y conservador de mano dura).

Estados Unidos de América no es la excepción (si bien Trump perdió por el voto popular, sí ganó en el Colegio Electoral): su llegada fue propiciada por un hartazgo de la mayoría ciudadana con los muchachos de Washington y Trump como su principal crítico. Su objetivo principal se centró en criticar a México, para lo que se comprometió con construir un muro que divida a ambos países para evitar que entraran “traficantes de droga y violadores”.

Su obsesión y capricho por construir la muralla de tortilla lo ha llevado a extremos de cerrar parcialmente el gobierno ante la negativa de los demócratas (donde ahora son mayoría en la Cámara de Representantes) para otorgarle recursos para su construcción. El martes pasado, Trump demandó a las principales cadenas televisivas que transmitieran, en horario estelar, un mensaje a la ciudadanía relacionado con una crisis inminente de su frontera sur, aunque no presentó ninguna política pública novedosa para enfrentar la supuesta crisis, como tampoco declaró una crisis nacional por ello.

En su respuesta inmediatamente después, Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara, y con Chuck Schumer, líder de los demócratas en el Senado, afirmaron: “Gran parte de lo que hemos escuchado del presidente Trump a lo largo de este cierre (de gobierno) sin sentido ha estado lleno de información errónea e incluso de malicia”.

Un día después se reunió con ambos líderes para encontrar una posible solución al cierre de gobierno. Ante la negativa de ambos demócratas de otorgarle fondos para la construcción del muro fronterizo, Trump se levantó y los dejó con un palmo de narices. “Una pérdida de tiempo”, calificaría dicha reunión.

El muro de Trump tiene su origen en la insistencia de sus coordinadores de campaña, principalmente Roger Stone, quienes apremiaban al candidato a machacar en el tema de la migración para posicionarse ante sus electores. Sus asesores desconocían (ni creo que Trump lo recuerde) que, el 21 de mayo de 2004, en un discurso de graduación el presidente norteamericano había espetado a la concurrencia: “Nunca te rindas... Si hay un muro de concreto frente a ti, atraviésala, trépala, rodéala. Pero llega al otro lado de esa pared”.

En su obsesión con el muro como respuesta a la supuesta crisis de seguridad nacional ha amenazado con usar fondos militares para levantarlo y no reabrir el gobierno (si no se estipula en su presupuesto los 5.7 miles de millones de dólares solicitados). Si bien el Pentágono tiene algunos recursos disponibles, dichos fondos militares están etiquetados por el Congreso, y se duda mucho que incluso algunos congresistas republicanos voten a su favor.

La supuesta emergencia nacional no existe, sólo prevalece en la mente de Trump y su deseo de ganar. La construcción del muro no evitará que terroristas ingresen a los Estados Unidos, quienes generalmente llegan por avión y con visas legales. Lawrange Lessing, un reconocido constitucionalista de la Universidad de Harvard, afirmó preocupado que la verdadera emergencia nacional “… es este presidente”.

Aferrarse a una acción para combatir un supuesto peligro cerrando el gobierno (sin medir las consecuencias) es muy similar a cerrar las válvulas de poliductos para combatir el huachicoleo, sin combatir a los huachicoleros (o cancelar el NAICM). No se midieron las consecuencias. Se critica a pasadas administraciones por no combatir a los huachicoleros, pero en realidad tampoco este gobierno lo está haciendo: si no hay gasolina disponible, no hay tentación para robarla. ¡Vaya lógica!

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JJ/I