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Orden digital

El estreno en Netflix de la serie ¡A ordenar con Marie Kondo!, un programa de telerrealidad en el que una experta ayuda a desconocidos a deshacerse de tiliches en sus casas, propone un modelo alternativo de consumo que consiste en vivir con las menos posesiones posibles.

Es un esfuerzo para popularizar un estilo de vida minimalista entre las clases medias y altas, el cual ha estado revitalizándose en la presente década con diversos gurúes que han hecho documentales, blogs e infinidad de contenidos en redes sociales para que la gente aprenda a desprenderse de sus tendencias acumuladoras.

Dicha moda ya hizo su traslape al mundo digital y ahora se invita a los usuarios a mesurar la utilización de la tecnología para mejorar su calidad de vida.

Teóricamente, sustituir un montón de papeles, libros y aparatos electrónicos por un celular parece ser el sueño de todo minimalista. El celular es la expresión del minimalismo físico por excelencia: ocupa mucho menos espacio que tener archiveros, libreros, grabadoras, cámaras, televisores, etc.

Pero vivir pegado al celular es, por el contrario, la antítesis del llamado “minimalismo digital”. Cal Newport, un profesor en Ciencias de la Computación en la Universidad de Georgetown, recién publicó un libro con ese mismo nombre en el que explica las cosas de la siguiente manera: “Los minimalistas digitales son gente calmada y feliz que conversan sin mirar sus teléfonos, que se sumergen en un buen libro, en trabajos manuales o en el ejercicio. Pueden divertirse con los amigos y la familia sin la necesidad obsesiva de documentar la experiencia. Se mantienen informados de las noticias del día, pero no se sobrecogen por ellas. No temen no enterarse de cosas porque saben cuáles actividades les dan sentido y satisfacción”.

Es decir, los minimalistas digitales limitan su uso de dispositivos tecnológicos para favorecer actividades offline. Prefieren leer libros físicos en lugar de hacerlo en una tableta. Cabe la pregunta de si esto no es un método de prevención a la adicción a la tecnología. Aunque claro, suena mucho mejor decir que se es minimalista digital en vez de admitir que cerramos nuestras cuentas de redes sociales por nuestra triste tendencia a perder horas en ellas.

Disminuir el uso de la tecnología es un principio contra natura en la economía de la atención. Los servicios digitales a través de páginas o apps quieren que pasemos el mayor tiempo posible inmersos en ellos. ¿Será suficiente nuestra buena voluntad o se necesita de más? En concreto, ¿qué hay de la legislación para evitar que nuestras jornadas de trabajo sean eternas a través de la tecnología o a las campañas de prevención gubernamentales?

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JJ/I