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Que nadie se apropie de lo que es de todos

De hechos se nutre la historia... y el futuro. Hoy, combatir la corrupción en el tema de las gasolinas, reclama la mayor transparencia, para que todo el mundo comprenda cuál es la causa y cuáles son las consecuencias.

Todas las batallas en contra de la corrupción tienen sus costos, y por eso es necesario contar con la solidaridad y el respaldo de la ciudadanía.

En la crisis de los ductos y de la gasolina se han formado tres grandes bloques: por un lado, el presidente, que con el apoyo incondicional de buena parte de sus votantes y de la sociedad insiste en pedir paciencia y calma a la población ante las fallas en la transportación de los combustibles, al tiempo de que insiste en que no se va a dar marcha atrás en la cruzada contra la corrupción en Pemex.

Otro bloque son los organismos empresariales, gobernadores y opinión pública que dicen apoyar y reconocer la decisión de combatir el robo de combustibles, pero piden replantear y corregir las fallas en la estrategia para no afectar a los ciudadanos ni la economía.

El tercer bloque lo conforman los opositores que acusan de ineptitud, incapacidad y una fallida estrategia con múltiples fallas, y piden meter reversa al plan de combate al huachicoleo y garantizar el abasto de combustibles. Estos últimos le recuerdan a Palacio Nacional que la gasolina es altamente inflamable, tanto en su composición química como en su efecto social y económico.

Ciertamente, para combatir la corrupción hay que ir a las causas y no sólo castigar los efectos. Por difícil que sea, es preciso erradicar los negocios que se hacen con los recursos de la nación.

La experiencia ciudadana indica que la corrupción se origina en la posesión de los espacios, puestos y áreas de decisión en el uso de los recursos públicos.

Es fundamental evitar que los corruptos se adueñen de los dineros y medios de la nación. Se debe diseñar con apoyo de los ciudadanos una política de Estado para liberar a México de sus secuestradores sexenales, la hoy llamada alta burocracia corrupta. En el caso de Pemex es trascendental que nadie vuelva a apropiarse de lo que es de todos.

Erradicar la corrupción no es solamente castigar a quienes encabezan o participan en redes de corrupción, sino a desmontarlas desde el origen. Romper los eslabones de esas cadenas exige una gran inteligencia institucional: saber dónde nacen, por dónde pasan y dónde terminan, para cortarlas completamente.

El contexto actual, desde el 1 de diciembre, señala que no se está cerca de las catástrofes financieras que los detractores habían anticipado, pues el peso está controlado y ligeramente a la baja; los pronósticos de crecimiento son similares a los del año pasado; no se dio la tan temida fuga de capitales y el Inegi acaba de anunciar sorprendentemente que el índice de confianza del consumidor es el mejor en los últimos dos sexenios.

Pese a toda la violencia, el desabasto y los signos de desequilibrio social hay esperanza entre los ciudadanos y los mercados financieros, que están dando el beneficio de la duda, con la actitud del FMI al aplaudir las medidas de combate a la corrupción de este nuevo gobierno federal.

Esperemos que termine bien esta primera gran confrontación entre el crimen organizado y el gobierno. El factor decisivo serán los ciudadanos, para atacar, de una vez por todas, el cáncer de la corrupción.

Respecto al combate al huachicoleo, podemos y debemos cuestionar el desabasto y exigir al gobierno una estrategia más eficaz para lograrlo, pero no le hagamos el juego al crimen organizado ni a la burocracia dorada que permanece en los estados. Presionemos para que todo esto culmine con una verdadera transformación de Pemex.

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JJ/I