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El narco y los bosques

Una tarde de noviembre un grupo de biólogos caminaba por las orillas del río Verde a la altura de Tonalá, en el punto más bajo de la barranca. Buscaban poblaciones de una planta en peligro de extinción y se centraron en zonas donde consideraron que se cumplían las características que demanda esa especie para desarrollarse y ahí permanecieron explorando.

En su caminata, de pronto se encontraron con otro grupo de personas que aparentaban ser campesinos y traían un cargamento de plantas, pero al notar la presencia de los biólogos aproximándose, de inmediato la taparon. Era marihuana que estaba siendo cosechada de algún lugar cercano a esa área natural protegida.

Los investigadores saludaron e identificaron lo que estaba pasando, incluso se percataron de la existencia de una casa cercana donde guardaban su cosecha, pero en ese momento simularon no haber visto tal cosa y cambiaron de dirección. Sabían que ese punto en donde trabajaban con marihuana tenía las condiciones de humedad y de suelo idóneas para la proliferación de las especies que buscan, pero a pesar de que las personas con que se toparon no parecían peligrosas, se convencieron de que el lugar no era seguro y ahora está fuera de su polígono de investigación.

Pero la barranca no es, ni de lejos, la única área natural protegida tomada para actividades ilícitas relacionadas con cultivo de drogas.

La sierra de Manantlán, esa fuente de agua para el sur de Jalisco en su límite con Colima, tiene la misma situación. Biólogos que hacen monitoreo de jaguar y otras especies de mamíferos silvestres en la zona han sido desterrados de puntos clave para la conservación por casos similares, aunque más críticos: personas armadas se han atrincherado en algunos puntos de la reserva y no hay científico o autoridad que lo impida.

¿En qué ha derivado esta particular situación en Manantlán? En que haya zonas donde no es seguro transitar, visitar ni mucho menos acampar, a pesar de la información que guarda esta sierra todavía y el deleite que significa para cualquier turista. La recomendación de quienes trabajan y conocen el bosque para los paseantes es que sólo recorran sitios señalizados que previamente se les indiquen como seguros y que no acampen donde se les ocurra, sólo donde la dirección de Manantlán autorice previamente.

No se trata de un tema que sólo afecte a científicos o turistas amantes de la naturaleza y el senderismo, sino incluso a quienes se ostentan como autoridades del sector ambiental. El propio personal de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, al intentar entrar a sierras, bosques y selvas donde se tienen proyectos de conservación han sido interceptados por hombres armados que les impiden el paso y advierten que no deben regresar; evidentemente, al ser empleados que no cuentan más que con un auto y su chaleco institucional, se van para proteger su vida, nadie regresa jamás.

Al final del sexenio estatal pasado, la ex titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial Magdalena Ruiz reconoció en un evento del sector forestal que en Jalisco hay bosques tomados por el narcotráfico y, por ende, el margen de acción desde la trinchera ambiental es mínimo. Se trata de cambios de uso de suelo ilícitos para cultivos no autorizados (desde la marihuana hasta el aguacate) y la posesión de facto de territorios silvestres, impenetrables.

Este consentimiento por años a que el negocio de las drogas controle territorios biodiversos y además los destruya para sus propios fines afecta a todos, limita el avance de la ciencia, la conservación, la recreación, el libre tránsito, la tranquilidad de los ciudadanos y perturba ecosistemas que dan soporte a miles de formas de vida, entre ellas la humana.

De ese tamaño es el reto de la refundación de Jalisco y la cuarta transformación de México en el tema de la gestión de bosques. Si no despojan al narco o por lo menos le quitan margen de acción, sus promesas de campaña no habrán sido más que eslogans electoreros.

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da/i