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Divino Pastor Góngora

“¿Por qué perdiste los terciopelos del Coliseo Nuevo cuando acariciabas ya la gloria? Ni Divino tu arte ni Pastor de ideas y lo de Góngora adorno sólo te es...” Repite el actor Divino Pastor Góngora mientras padece el encierro y castigo al que fuera condenado por la Inquisición en la Nueva España. Bajo la dirección de Circee Rangel, el reconocido actor Jesús Hernández nos lleva al calabozo y delirio del actor castigado en el siglo 17. El Teatro Experimental se convierte en la prisión de este comediante que comparte su desgracia con el público, que hace las veces de carcelero o de compañero de celda, según convenga al relato escénico.

Divino Pastor Góngora, escrita por Jaime Chabaud en el año 2000, tiene en Jesús Hernández a un co-creador natural. Esta dramaturgia es sin duda una de las más provocadoras para actores con trayectoria, y Hernández calza perfecto un personaje cuya complejidad quijotesca demanda virtuosismo. Estrenada en 2001, esta obra regresa como una producción independiente de La Valentina Teatro para invitarnos a reflexionar sobre la circularidad de la historia en un país en el que la libertad de expresión sigue siendo vulnerada.     

La Nueva España que se debatía entre la violencia de las conspiraciones independentistas, el control moral del poder eclesiástico y el punzante llamado de las pasiones, es el caldo de cultivo en el que el teatro -dentro y fuera de la Corte-, se posiciona como una forma expresiva para el debate de ideas, el desahogo moral y más importante aún: el ejercicio de la libertad.

El montaje de La Valentina acierta al convidar al público a una cercanía cómplice. Divino Pastor está ahí, nos mira a los ojos, nos comparte sus tránsitos de la cordura a los recuerdos más lúbricos, a sus sueños de libertad y sobre todo, a su gran amor por el teatro.  De nueva cuenta Hernández manifiesta la contundencia de su capacidad actoral, el gobierno que ejerce sobre un cuerpo que todo el tiempo dice, con y sin el poder de la palabra. Hernández/Divino Pastor, un actor viejo que se niega a vencerse ante el encierro, se aferra a los asideros de su memoria y la compañía escénica de la música y el canto. Si bien el vestuario y la ya recurrente estrategia de obviar el teatro dentro del teatro deben reconsiderarse, este montaje nos entrega la posibilidad de entender el poder del quehacer escénico con un extraordinario intérprete.      

JJ/I