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Soberanía científica (I)

La actual administración del Conacyt, hipervigilada por la opinión pública, suma pasos en falso en materia de divulgación de la ciencia. Empezando por la desaparición de la Agencia Informativa Conacyt, en días pasados se reventó el escándalo de la contratación de David Alexir Ledesma, quien no tiene título de licenciatura ni suficiente experiencia como para ocupar un cargo de subdirector en el área de comunicación social. A causa de ello, una justificada crítica se convirtió en un linchamiento, algo que saben hacer muy bien las redes sociales.

En tanto, en el núcleo duro de lo que constituirá la política científica de la actual administración, preocupan las directrices que se seguirán para asignar recursos. Esa contradictoria idea de que México podrá alcanzar su soberanía científica con menos presupuesto debe ser sometida a revisión. La directora María Álvarez-Buylla dijo que se usará “creatividad para hacer más con menos”. El problema es que la creatividad es un recurso intangible y más difícil de programar que el dinero.

Por otro lado, están los recortes para supuestamente eliminar la dilapidación de recursos dirigidos a las contrataciones externas en materia de consultoría y demás servicios. Es comprensible que las medidas para cortar de raíz viejas prácticas van a generar resistencia e inconformidad.

Pero no queda claro que lo que esté haciendo el Conacyt sea solamente reducir excesos. La cosa es más compleja: los discursos y acciones muestran discrepancias entre lo que se entiende por inversión en ciencia. El gobierno no debe de financiar la investigación que hacen empresas privadas porque ello responde al modelo neoliberal, ha dicho Álvarez-Buylla.

Tampoco se sabe cómo será posible hacer más ciencia con el interés de favorecer a la colectividad si los centros públicos de investigación del Conacyt, como el Cinvestav, están sufriendo en materia presupuestal.

En una entrevista con la periodista Ana Francisca Vega, quien recoge algunas ideas en su columna del diario El Universal, Álvarez-Buylla deslizó otra pista de lo que entiende por soberanía científica al criticar el programa de becas de posgrado en el extranjero. Formar a jóvenes en México, dijo, es mejor y más barato. Además, se reduce el riesgo de que los becados terminen trabajando fuera del país.

La fuga de cerebros es un problema preocupante. Y sí, pagar por la educación de científicos e ingenieros que en su mayoría trabajarán para empresas y gobiernos extranjeros mientras no existe un desarrollo equivalente en el país no es la mejor política científica. Pero la fuga de cerebros es un problema mucho más profundo y los educados en el extranjero no son los únicos que se van. Más en mi próxima columna.

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JJ/I