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¿Qué hacer con Venezuela?

Hace exactamente tres semanas que Juan Guaidó, de acuerdo con el artículo 233 de la Constitución de Venezuela, asumió la presidencia interina de aquel país con el argumento de que las últimas elecciones en las que Nicolás Maduro se declaró ganador no se dieron en condiciones democráticas justas.

A partir de ese día, 23 de enero, fecha simbólica en Venezuela porque se recuerda el fin de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez que terminó en 1958, los distintos países del mundo han estado divididos respecto a qué postura asumir ante la crisis venezolana.

Desde la diplomacia, se han adoptado tres posturas: los que reconocen a Guaidó como presidente interno de Venezuela entre los que están Estados Unidos y buena parte de los países latinoamericanos y europeos; los que reconocen a Maduro como presidente legítimo entre los que están sus aliados tradicionales en el continente (Bolivia, Nicaragua y Cuba), además de Rusia, China, Irán y Turquía; y los que se declaran neutrales y hacen un llamado a una solución dialogada, entre los que destacan México y Uruguay, y se suman algunos países europeos.

Esta historia desenvolviéndose en Venezuela provoca dos grandes reflexiones.

Por un lado, ¿cuándo se justifica la intervención externa en un país?

La autodeterminación de cada nación es un principio que está en el núcleo de las instituciones y los convenios internacionales. Cuando un pueblo elige democráticamente a un líder que después desmantela los mecanismos democráticos y adopta políticas económicas que terminan reduciendo la calidad de vida a largo plazo… ¿se justifica que venga una autoridad desde afuera a liberarlos de las consecuencias de sus propias decisiones o debe dejarse que el país resuelva solo sus problemas? Si se justifica la intervención, ¿en qué punto y de qué manera? ¿Debe esperarse a que se vuelva un problema de derechos humanos y actuar sólo con acciones diplomáticas, sanciones económicas y ayuda humanitaria, o se justifica la acción militar?

Esto nos lleva a la segunda gran reflexión respecto al rol que ha tenido Estados Unidos como policía democrática en el último siglo y a qué tan benéficas han sido para el mundo sus intervenciones en los asuntos de otros países.

En los últimos días ha empezado a aumentar en la conversación mediática la posibilidad de una intervención militar de Estados Unidos. Ayer el senador republicano James Inhofe, que preside el Comité de las Fuerzas Armadas en el Senado de EU, declaró que no descarta la intervención si Venezuela da facilidades a Rusia de instalarse militarmente porque representaría una amenaza para Estados Unidos en el continente. Lo que suena a un nuevo pretexto tipo cacería de brujas como el que usaron para justificar las guerras de Afganistán y de Irak.

He estado leyendo el libro Una nueva política internacional. Más allá del excepcionalismo americano, del economista Jeffrey Sachs, en el que critica la postura predominante en la visión estadounidense en el último siglo de que Estados Unidos es una nación prácticamente elegida por Dios con la misión de llevar sus principios a todo el mundo. Esto ha llevado al país a liberar colonias como Cuba, Puerto Rico y Filipinas; a realizar más de 40 intervenciones en países latinoamericanos, a definir ganadores y perdedores en las dos guerras mundiales, a participar en conflictos armados ideológicamente cargados durante la Guerra Fría, y a lanzar varias guerras en países del Medio Oriente. Sachs argumenta que ninguna de estas acciones ha tenido consecuencias positivas posteriores y la no intervención hubiera quizás abierto otras posibilidades para resolver los problemas de origen y alcanzar una paz más duradera.

Es entendible desde el punto de vista de los venezolanos que han emigrado huyendo de las consecuencias del régimen de Chávez y Maduro que favorezcan un cambio. Lo es también el de los países vecinos a Venezuela que sufren consecuencias inmediatas de su desestabilización. Pero también es entendible que países como China o Rusia que se oponen al excepcionalismo americano definan una postura contraria a la de Estados Unidos.

No sé cuál es la respuesta correcta a la crisis venezolana. Lo que sí creo es que Venezuela merece elecciones justas y que se abra camino a una nueva generación política que emprenda otro rumbo para el país; y también creo que el rol de la comunidad internacional debe estudiarse y consensuarse, y no ejecutarse de manera impulsiva.

@ortegarance

JJ/I