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El liderazgo carismático

¿A qué se debe que algunos líderes políticos parezcan deseosos de hacer todo a su modo? ¿Por qué se ofenden tanto cuando alguien no les concede la razón? ¿Y por qué sus allegados no parecen tener la capacidad de hacerles ver que las cosas pueden hacerse de otro modo?

Para tratar de dar respuesta a esas preguntas podemos recurrir al sociólogo Max Weber, quien en su texto Sociología de la dominación explicaba que la “dominación” es un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta (“mandato”) del “dominador” influye sobre los actos de otros (de los “dominados”), de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos y como máxima de su obrar el contenido del mandato (“obediencia”).

Y para explicar por qué alguien podría tener legítimamente la capacidad de ordenarle a alguien algo, Weber explica que hay tres tipos de liderazgo: el tradicional, basado en la creencia de que los que la ejercen están legitimados por la tradición, porque siempre ha sido así; el racional, que asume la creencia en la legalidad de las normas y en el derecho que tienen aquéllos que ejercen la autoridad a ejercerla bajo esas normas, y el carismático, que se apoya en la creencia en las cualidades extraordinarias de una persona y en el código de conducta que representa y que le ha sido revelado u ordenado.

Usualmente los líderes carismáticos ejercen la autoridad de una manera irracional, impredecible, inestable y ajena a todo tipo de rutina porque pretenden cambiar todo, hacer una revolución. Por eso no toleran la autoridad ni de la tradición ni de las leyes. Se les puede oír decir algo como “está escrito, pero yo les digo...”, según explica Weber. Ese tipo de líder consigue la obediencia en la forma de acatamiento al derecho del líder a mandar, basado en sus características y cualidades extraordinarias, y en la lealtad y lazos afectivos con los seguidores.

Pero para explicar cómo logra un líder carismático hacerse escuchar necesitamos recurrir a otro sociólogo, Michael Mann, quien en su obra Las fuentes del poder social explica que el poder se genera fundamentalmente a partir de cuatro tipos de redes: ideológicas, económicas, políticas y militares. Para el caso que nos ocupa, me parece que las redes del primer tipo son las que nos pueden ayudar a responder las preguntas iniciales.

De acuerdo con Mann, el poder ideológico se deriva del monopolio de la organización social del conocimiento y del significado últimos, es decir, de la capacidad de definir cuál es el sentido “verdadero” de las cosas. Por eso un liderazgo ideológico trasciende las instituciones existentes de poder y genera una forma “sagrada” de autoridad, separada y por encima de estructuras de autoridad más “terrenales”.

La gran fuerza que tiene la ideología se deriva de que, cuando se convierte en una moral inmanente, es decir, que se basa en lo que ocurre en este mundo, y no en el más allá, intensifica la cohesión, la confianza y, en consecuencia, el poder de un grupo social ya establecido. Por eso quienes pertenecen a ese grupo sienten que todo lo que hacen es lo correcto, porque el líder les dice que así es.

Viendo todo lo anterior podemos asumir que nuestro presidente, Andrés Manuel López Obrador, es un líder carismático cuya fuente de poder principal es la ideología, la narrativa que él ha creado, y por eso es que no tolera ni a las organizaciones de la sociedad civil ni a las personas expertas, porque muy probablemente siente que merman su capacidad de mantener el cuasimonopolio del sentido de la política que requiere darle a nuestro país.

El riesgo con este tipo de líderes es que, en su afán por hacer todo nuevo, pueden descomponer las instituciones, y dejarnos totalmente vulnerables cuando su carisma, y por lo tanto su efectividad, se extinguen. ¿Eso deseamos?

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@albayardo

JJ/I