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¡Ya no más!

Es de elemental sensibilidad y necesaria justicia el que los hombres reconozcamos que las mujeres históricamente han vivido en un ambiente hostil y adverso; que cotidianamente muchas mujeres han sufrido de violencia emocional, violencia física, violencia económica, violencia sexual y de violencia estructural (generada por las instituciones); que hasta hace poco habían carecido de oportunidades para acceder a la educación escolar, particularmente la educación universitaria; que han carecido de oportunidades de acceder a trabajos de los primeros niveles y con los mejores salarios.

La desigualdad y la violencia por ser mujer está presente en la calle, en el hogar, en los centros laborales, en las escuelas, en lugares recreativos, en instituciones de salud, en los partidos políticos, etcétera. Las mujeres son discriminadas, agredidas, descalificadas, desvaloradas, maltratadas, lastimadas, insultadas, relegadas, asesinadas. Las mujeres viven en muchos momentos de su vida con temor a sufrir de acoso, con o sin contacto físico.

Está agresión a la mujer denota una sociedad donde cada vez más la insensibilidad, la desvalorización a la vida, la incapacidad de una convivencia sana, solidaria, tolerante y empática van en aumento, generando un contexto sumamente inhumano.

Además, tenemos que reconocer, y están documentados numerosos casos, que estas situaciones las viven las bebas, las niñas, las adolescentes, las jóvenes, las adultas y las adultas mayores; que incluso seguramente las viven y/o las han vivido, sin darnos cuenta o sin querer darnos cuenta, alguna hija, hermana, sobrina, amiga, compañera, maestra, médica e incluso nuestra madre.

Para algunos hombres esto les puede parecer manifestaciones de “las exageradas feministas”, y más porque luego todo ello no se reconoce cabalmente en las estadísticas ya que la mayoría de las mujeres han aprendido a vivir en y a aceptar estas condiciones injustas y adversas.

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da/I