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La prisa es mala consejera

Intentar resolver asuntos complejos y complicados de manera apresurada conduce en muchas ocasiones a empeorar las cosas. La sabiduría popular lo ha constatado tantas veces que afirma que “rápido y bien, no hay quien”. En efecto, hay situaciones que requieren un análisis cuidadoso y contextualizado para no terminar por descomponer lo que estaba bien, en el intento de reparar lo que no estaba funcionando.

Por eso, a veces es necesario decidir si algo debe ser atendido en ese momento o puede esperar. Claro, hay situaciones que son urgentes y deben atenderse a la brevedad, pero aún esas o, mejor dicho, precisamente esas deben atenderse con calma y siguiendo el método pertinente. Al respecto, sobran las anécdotas que luego se convierten en chistes, de gente que, llevada por la desesperación y la prisa, actuó de manera imprudente y causó más daño.

Por otra parte, hay situaciones que son importantes, pero no urgentes, y esas ameritan aún más espacio para ponderarlas y buscar el camino más certero para atenderlas, precisamente porque son importantes.

Actuar con calma y de manera metódica en medio de una urgencia es algo que requiere de mucha disciplina y entrenamiento. De ello pueden dar testimonio quienes se dedican a labores de rescate en situaciones extremas, como los bomberos, y otros cuerpos, incluyendo al Ejército, cuando se pone en operación el plan DN-III, y se enfocan a salvar las vidas de nuestros compatriotas que están en peligro a causa de algún desastre natural.

Sin embargo, nuestras autoridades parecen no haberse dado cuenta de eso y quieren resolver los problemas que se han venido desarrollando a lo largo de muchos años, décadas incluso, en el lapso de unas cuantas semanas. Al parecer, consideran que un sexenio es muy poco para demostrar que se hizo algo, y tal vez tengan razón, pero en vez de tratar de moderar las expectativas de la población, y apostar por metas ambiciosas, pero realistas, se dejan presionar por las exigencias del público y probablemente por las propias.

Y ahora enfrentan el problema de cualquier persona que tiene prisa: consideran que las demás personas son un estorbo, que cualquiera que evite hacerse a un lado y quitarle obstáculos en su carrera es alguien que quiere verle fracasar, aunque esas personas realmente no estén tratando de estorbarle, o si lo hagan, pero no por provocarle un tropiezo, sino por tratar de evitar que se dañe a otras personas en su prisa.

Hay quienes piensan que la única manera de que algo se lleve a cabo y se haga bien es hacerlo por su propia cuenta, y por eso se apresuran a diagnosticar el problema, a definir la mejor manera de resolverlo, y sólo encargan a otras personas ejecutar el plan tal y como lo concibieron. Consideran, quienes llevan tanta prisa, que cualquier otra cosa es perder el tiempo, y por eso optan por no consultar a nadie más.

Precisamente porque se dejan dominar por su propia prisa, que siempre es una mala consejera, nuestras autoridades se enojan con las organizaciones de la sociedad civil y con los expertos o académicos que se atreven a decirles, desde la legitimidad que les da el conocer con detalle algunas de las problemáticas que enfrentamos, que es probable que se estén equivocando, que tal vez sea necesario revisar los supuestos en los que basaron su diagnóstico o explorar otras alternativas de solución, porque las que proponen ya se ensayaron y no dieron resultados.

Con esto no quiero decir que las autoridades siempre se equivoquen o que las organizaciones o personas especialistas siempre tengan la razón, nada de eso. Lo que quiero dejar en claro es que las personas sabias saben que es mejor ir despacio, que llevo prisa, porque no por mucho madrugar amanece más temprano, pues el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, y tenemos problemas muy graves que requieren soluciones reales, no parches.

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@albayardo

JJ/I