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Muertes sin historia

Cómo me acuerdo de las expresiones de que la violencia avanzaba tan atroz, que llegaría el día en que en nuestra metrópoli se nos haría normal, que nos acostumbraríamos a ella, al grado de ni siquiera quejarnos.

Desde mi óptica aún no hemos llegado a ese nivel de normalización, pero ya casi lo hacemos. Aún nos causa indignación cuando escuchamos esas historias desgarradoras de cómo murieron o cómo los encontraron, y lo malo es que cada vez hay menos investigación, menos detalles y menos espacios para contarlas.

La inmediatez de esta vida, la falta de recursos económicos en los medios de comunicación y el recorte de las redacciones han llevado a que estas muertes se queden sin historia, sin ser conocidas, sin que lleguen a provocar el cambio.

Aunado lo anterior a que estos trágicos sucesos suelen ocurrir en montón, es decir, varios en un día, que a veces recurrimos a la facilidad de aglutinarlos todos en un solo espacio, a enumerarlos, a sólo mencionarlos sin contar su historia.

Y no hablo de que deban contarse todas las historias de los muertos por armas de fuego, por accidentes, por disputas o por estadísticas, sino aquéllas que son dignas de ser contadas porque son injustas, porque son alarmantes o simplemente porque no debieron ser.

Recientemente escuché a un psicólogo chileno llamado Álvaro Pallamares, quien hablaba de las muertes violentas de los niños, sobre todo de los que viven en ambientes desfavorecedores; de ésos que se suelen clasificar como de pocos recursos, que suelen enfrentar las muertes más violentas, las más indignantes, pero las que fácilmente se olvidan y las que no logran la justicia.

Eso me hizo pensar la forma en cómo se cuentan las historias, y caí en cuenta de que nos falta mucho qué hacer para lograr el equilibrio; que el ritmo de la ciudad nos lleva tan de prisa, que sus luces nos ciegan, su ruido nos ensordece y todo se bloquea. Hasta la misma gente, el público, está harto de escuchar más de lo mismo.

Estamos tan inmersos en una dinámica tan absorbente que cuando el gobernador Enrique Alfaro dijo que los homicidios son porque se están matando entre ellos, en referencia de la delincuencia organizada, únicamente nos quejamos de su tono burlón, de su irresponsabilidad y de su arrogancia, por minimizar un tema tan delicado. Y nos olvidamos de contarle esas historias del ciudadano común y corriente; incluso si fuera parte del grupo que se mata entre ellos, aun así es indignante, es necesario llamar la atención del fenómeno creciente.

Apenas ayer se dio a conocer que aparecieron dos muertos, uno en Tonalá y otro en Zapopan, y sólo se registra el número, el lugar, y se carece de más información para saber si eran “ajustes entre ellos” o de los que están en el lugar equivocado a la hora equivocada.

Las historias que más deberíamos tratar de difundir, para inhibirlas, son las de los niños, que pese a ser un tema no agradable y que casi siempre tratamos de evitar, nos demuestran la brutalidad a la que puede llegar el ser humano y la falta o ineficacia de políticas públicas de nuestro estado, de nuestro país, para evitar que ocurran.

Estas muertes sin historia sólo nos llevan a la estadística, y nos quitan la posibilidad de reflexionar, de indagar y de exigir. No debemos normalizar el maltrato infantil hasta su muerte. Hay que contar para provocar el cambio, hay que buscar cómo evitarlo, cuando menos a estos pequeños, a los que a todos nos toca proteger por su indefensión. Hay que empezar educándonos sobre lo que debemos y no debemos hacer. Yo empezaría por evitar señalar que el uso de la fuerza contra ellos se justifica. Hagamos algo, pensemos en conjunto.

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JJ/I