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Instituciones a modo

Cuando en 2006 el Tribunal Electoral desestimó la impugnación de la elección presidencial y validó el triunfo de Felipe Calderón Hinojosa, el entonces candidato perdedor, Andrés Manual López Obrador, espetó: “¡Que se vayan al diablo con sus instituciones!”. Ahora, sentado en la silla presidencial y con todo el poder del Estado, parece que, sin decirlo abiertamente, ahora sí está contra las instituciones.

Recordemos también que durante la pasada campaña, en marzo de 2018, cuando participaba en un encuentro con los banqueros del país (mucho antes de saber que ganaría por amplio margen electoral y que llevaba ventaja en las encuestas) advirtió: “Si se atreven a hacer un fraude electoral (…) a ver quién va a amarrar al tigre”, desestimando de antemano la actuación del Instituto Nacional Electoral.

Desde que asumió el poder el 1 de diciembre y hasta la fecha, AMLO se ha dedicado a atacar las instituciones nacionales y de paso la sociedad civil y al sector empresarial: contra la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) al negarse a acatar la disposición de que los ministros se bajen su salario como lo establece la Ley Federal de Remuneraciones de los Servidores Públicos, que propició una avalancha de amparos por parte de servidores públicos de diferentes instancias y órdenes de gobierno.

Ya desde su campaña, AMLO había sugerido que, para hacer contrapeso a la SCJN, se creara un tribunal constitucional (además de desaparecer el Consejo de la Judicatura Federal), figura similar a algunas instituciones europeas, especialmente el de España. Por otro lado, los relevos propuestos por el presidente para ocupar dichas vacantes han probado ser personas cercanas a él: Juan Luis González Alcántara y Carrancá (recordemos el affaire Góngora Pimentel y la pensión alimenticia para sus hijos) fue designado como ministro en diciembre.

La terna presentada para sustituir a Margarita Luna Ramos, Loretta Ortiz Ahlf (coordinadora de los Foros por la Pacificación y Reconciliación Nacional), Yasmín Esquivel (casada con José María Riobóo) y Celia Maya García (candidata de Morena a la gubernatura de Querétaro), de quienes no se discute su capacidad y profesionalismo, sino su cercanía con AMLO y Morena.

Con la elección en Puebla, también mostró su desacuerdo con el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) por haber avalado el triunfo de la difunta gobernadora Martha Erika Alonso, al decir que “el fallo fue equivocado y antidemocrático”.

Otras instituciones mal vistas por AMLO son el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (Inai), por el caso Odebrecht y el NAIM; el Instituto Nacional para la Evaluación Educativa (INEE), por su presunta evaluación “punitiva”; de la Comisión Reguladora de Energía (CRE), acusada de “conspirar” contra la Comisión Federal de Electricidad y obligarla a suscribir “contratos leoninos”; el Banco de México, por la Ley de Remuneraciones, por la renuncia de algunos de sus miembros y el desacuerdo por la expectativa a la baja del crecimiento económico; con la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) y el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), entre otros.

En un régimen democrático predominan los frenos y contrapesos entre poderes para evitar el desequilibrio en el ejercicio del poder político. También con esa intención se crearon los organismos autónomos constitucionales, las comisiones especializadas y los institutos independientes. Entiendo que en ellas puede haber corrupción, tráfico de influencias y cuotas partidistas en su conformación; sin embargo, desaparecerlas de un plumazo o reemplazar a sus integrantes con personas afines a un poder en nada garantiza el cumplimiento cabal de su encomienda.

Regresar a una época ya superada de un presidencialismo imperial donde predomine el caudillismo centrado en el sometimiento de los poderes a un solo hombre con instituciones a modo, que pretende pasar a la historia como el nuevo héroe nacional, deberá recordar las palabra crípticas de Marx: “Todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen… dos veces: una como tragedia y la otra como farsa”.

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JJ/I