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Historia de un pirómano

Cuentan que un pirómano, un pintoresco personaje dedicado de buen tiempo atrás a jugar con fuego en situaciones de alto riesgo, una mañana ciertamente cálida, antes del arribo de la primavera, cuando el campo respiraba unos intensos calores que parecían surgir del centro mismo de la tierra, el sujeto de marras decidió incendiar una enorme pradera reseca, cuyas dimensiones se extraviaban en la inmensidad del fértil valle del Anáhuac. Entusiasmado y divertido, arrojó cerillos encendidos a diestra y siniestra, como si interpretara una danza macabra, un baile ritual en el que intentaba invitar a la muerte, mientras lanzaba voces inentendibles al cielo a la espera, tal vez, de un castigo divino.

Las siniestras voces del desastre no se hicieron esperar y muy pronto la conflagración se hizo presente, en tanto el fuego devoraba gozoso grandes extensiones quemando cuanto se encontrara a su paso y matando a cualquier ser vivo incapaz de huir de la velocidad a la que se propagaban las llamas. El color ocre del campo muy pronto se convirtió en una llanura negra cubierta por ceniza.

Cuando el autor del daño reía a carcajadas infernales no tomó en cuenta que por el flanco derecho, de donde se escuchaban crujidos ígneos de horror, de repente el viento, siempre veleidoso, le jugó una mala pasada al girar repentinamente en dirección al lugar, en donde se encontraba el feliz y juguetón, al tiempo en que alardeaba de dominar al fuego, uno de los más peligrosos elementos existentes en la naturaleza.

Cuando el monstruoso creador de los daños se percató del peligro en el que se encontraba y trató de huir despavorido de la infernal voracidad de las llamas y de la furia incontenible del viento que parecía perseguirlo goloso como su propia sombra, sintió cómo un calor endemoniado lo abrazaba por la espalda, como si se tratara de mil lenguas de fuego que empezaron a consumir su ropa, mientras suplicaba piedad y se arrepentía de su conducta.

En tanto se percataba cómo sus carnes se chamuscaban y despedían unos olores de verdadero espanto, el pirómano lanzaba alaridos estremecedores que, por supuesto, no fueron escuchados por nadie hasta que su cuerpo también quedó reducido a meras cenizas, si bien era identificable solamente una parte de su osamenta.

La narración anterior viene al cuento porque el actual gobierno, supuestamente decidido a erradicar la pobreza y la miseria en cualquiera de sus manifestaciones, en realidad, con sus mejores buenas intenciones que por supuesto conducen al infierno, está hundiendo aún más a la nación en privaciones materiales apartadas del más elemental bienestar prometido durante la campaña presidencial.

El hecho de exigir aumentos salariales superiores en cuatro o cinco veces al porcentaje de inflación nacional y además demandar porcentajes incosteables en relación a las ventas brutas de la compañía sólo provocarán la ruina de la empresa agredida, misma que no podrá enfrentar dichos aumentos ni mucho menos trasladarlos al consumidor, por lo que habrá de enfrentar la quiebra, de la que tomarán debida nota los inversionistas nacionales y extranjeros que, en modo alguno, estarán dispuestos a invertir ni arriesgar su patrimonio en un país capitaneado por gobernantes suicidas. Lo mismo acontece con cientos de compañías chantajeadas por líderes sindicales que también hacen ofrecimientos populistas para lucrar con los perjuicios ocasionados a la economía nacional.

Una gran cantidad de líderes sindicales armados con sus respectivos cerillos ya encendidos los están arrojando en el seno de las empresas mexicanas, incendiándolas y conduciéndolas al cierre, como ya ha acontecido con varias maquiladoras en Matamoros y empieza a acontecer en varias entidades federativas. Si llegado el caso, millones de trabajadores mexicanos decidieran seguir el ejemplo de solicitar incrementos salariales y prestaciones superiores a la capacidad económica de las respectivas compañías so pena de ir a una huelga, al cerrar éstas sus puertas, se producirá un desempleo masivo, al que seguirá una crisis social de dimensiones imprevisibles gracias a la irresponsabilidad pirómana del gobierno y de los líderes sindicales impulsados por las autoridades laborales.

En lo personal, me encantaría que todos, sin excepción alguna, los trabajadores mexicanos ganaran millones de pesos, imposible negarme al bienestar de mis compatriotas, sin embargo, existe un detalle infranqueable llamado realidad, la cual es muy terca y muy difícil de convencer. Nuestro país empieza poblarse de pirómanos que no sólo perecerán consumidos por las llamas, sino que en su desastre personal, en su idealismo suicida, acabarán también por incendiar el país.

La economía tiene reglas muy claras que no pueden ser derogadas de un plumazo por la verborrea. En Venezuela y en Cuba también abundan los pirómanos que pretendieron desconocer los principios más elementales de la economía con armas o con dólares. Fracasaron. Finalmente se impuso la realidad como invariablemente acontece.

JJ/I