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Cisen, DFS, espionaje y los archivos del horror

Tras ingresar al Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), “comencé a apreciar a México de otra manera, después de ver y oler sus entrañas. Es como si una persona visitara una ciudad hermosa y sólo recorriera su sistema de alcantarillado, las cloacas, los basureros, los bajos fondos. La impresión que queda no es la mejor de la ciudad y se aleja mucho de una realidad integral. A mí me pasó lo mismo respecto a México como nación. Vi sus cloacas y basureros, la laguna de fango en la que flota el país, la mezquindad y bajeza de mucha gente, las instituciones permeadas por la mediocridad y la corrupción, su doble moral, su infinito esquema de simulaciones”.

Lo anterior lo escribió en su libro Política y corrupción, de editorial Planeta Mexicana, el coordinador del gabinete de seguridad del gobierno estatal, Macedonio Tamez Guajardo, quien de finales de 2009 a 2011 fue director de enlace en la Coordinación General de Asuntos Especiales del Cisen. Es un texto interesante por lo que revela, por las apreciaciones que desgrana y porque es un testimonio de referencia ahora que el Cisen fue desaparecido por Andrés Manuel López Obrador. Pero también porque este 27 de febrero el presidente firmó el acuerdo “por el que se establecen diversas acciones para la transferencia de documentos históricos que se encuentren relacionados con violaciones de derechos humanos y persecuciones políticas vinculadas con movimientos políticos y sociales, así como con actos de corrupción en posesión de dependencias y entidades de la administración pública federal”.

Los primeros archivos que se organizarán para abrirlos son los de la corrupta y represora Dirección Federal de Seguridad (DFS), la antecesora del Cisen, la policía política del régimen del PRI que se encargó de espiar a miles de mexicanos, detener ilegalmente, torturar disidentes, desaparecer y asesinar a opositores, al servicio de grupos políticos de baja calaña y bajo el mando de la Secretaría de Gobernación. Su último director, el ex diputado priísta José Antonio Zorrilla, fue acusado del asesinato en 1984 del periodista Manuel Buendía. Un año después, la DFS fue desaparecida. (Para mayor información leamos los libros Zorrilla, el imperio del crimen, de Rogelio Hernández, editorial Planeta, y La charola, una historia de los servicios de inteligencia en México, de Sergio Aguayo Quezada, en Editorial Grijalbo).

La historia de la DFS es la historia de la violación de derechos humanos, de la impunidad del régimen y sus operadores políticos y policiacos dedicados al trabajo sucio. En sus archivos están los reportes del seguimiento, hostigamiento, persecución, desapariciones y violencia contra críticos, adversarios y hasta mexicanos inocentes. La podredumbre de la DFS fue uno de los síntomas de la descomposición del régimen político y de un periodo que no debiera volver jamás. La siniestra agrupación era la delincuencia organizada dentro del Estado mexicano. La mayoría de los agentes, jefes, comandantes, directivos, terminaron al servicio del narcotráfico, lo que sería uno de los factores que acentuaron la inseguridad pública que todavía padecemos. (Sugiero leer Todo lo que debería saber sobre el crimen organizado en México, de El Instituto Mexicano de Estudios de la Criminalidad Organizada, que publicó en editorial Océano).

En el archivo de la DFS se encuentran cientos de miles de fichas, reportes, fotografías, etcétera, de quienes fueron objeto de su escrutinio y represión. Es la documentación del terror de Estado. Ahí desfilan torturadores, psicópatas y asesinos como Miguel Nassar, protegidos por los sexenios priístas con el infame argumento de que se les permitía actuar “por razones de Estado”, cuando en realidad protegían la antidemocracia, la injusticia y a los saqueadores del país. En Jalisco la DFS tuvo oficinas en diversos lugares, una bastante tenebrosa se situaba en la calle Francia de la colonia Moderna, de Guadalajara. Como en el resto del país, aquí cometió atrocidades. Que se abran sus archivos, lo que no alcanzaron a sustraer y desaparecer, es asomarse a las alcantarillas para que entren algunos rayos de luz a las pestilentes aguas del poder en el país.

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JJ/I