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Aclarando los conceptos

Dice la Biblia que todo fue creado por la palabra de Dios y, a partir de ello, alguien dijo que Jesús es verbo y no sustantivo. Por eso en las narraciones bíblicas se le da tanta relevancia al acto de nombrar a alguien o algo, como Adán, que le asignó su nombre a los animales que residían con él en el paraíso. Ese acto le permitía dar continuidad al acto creador de Dios.

Debido a ello, en la cultura judeo-cristiana se reconoce que darle una denominación a lo que ocurre, “ponerle nombre”, es una parte muy importante de la construcción de la realidad. Sólo en la medida en que somos capaces de designar claramente un fenómeno somos capaces de entender qué ocurre y actuar en consecuencia.

Está tan incorporada en nuestra cultura la noción de que nombrar algo es un acto creador, que la palabra concepto se deriva de la palabra concepción, que es la que utilizamos para referirnos al momento en que comienza una vida. Es decir, de alguna manera asumimos que los conceptos están vivos, y son capaces de evolucionar y perfeccionarse.

Por ese motivo, quienes nos dedicamos a la academia somos muy exigentes en lo que se refiere al uso de los conceptos, y una buena parte de la evaluación del aprendizaje estudiantil se centra en valorar qué tan bien han sido asimilados y hasta qué punto se ha desarrollado la capacidad para utilizarlos de una manera coherente al tratar de describir la realidad. Y esto es así no por un capricho, sino porque el buen uso y comprensión de los conceptos disminuye la posibilidad de que se cometan errores de interpretación, con el consecuente daño que pueden generar.

Tan importante es esto que cada profesión y oficio ha tenido que crear sus propios conceptos, y hasta un lenguaje especializado, porque es la única manera de que se puedan dar indicaciones específicas, de modo que el trabajo se lleve a cabo dentro de los parámetros de calidad establecidos.

El problema comienza cuando la clase política, que tiene una influencia tan grande en el resto de la sociedad, se apropia de conceptos y los utiliza de manera errónea, porque eso provoca que el debate público se empobrezca, ya que se puede llegar a vaciar de contenido un concepto que, de ser respetado, puede tener implicaciones prácticas muy importantes.

Todo esto lo expongo porque me parece que actualmente en Jalisco corremos el riesgo de tergiversar ciertos términos o por lo menos de no utilizarlos de manera que nos ayuden a construir una realidad social más satisfactoria para todos. Un ejemplo de ello es el uso del término gobernanza, que es la palabra clave para el gobierno actual.

Como todos los conceptos, la gobernanza ha ido evolucionando en su contenido, pero en general podemos decir que hay gobernanza cuando quienes integran los diversos sectores de la sociedad reconocen que están enfrentando un problema tan grande, que ninguno de ellos podrá solucionarlo utilizando solamente los recursos a su disposición, por lo que se llega a un acuerdo en el que cada actor aporta lo que tiene, a fin de resolver ese problema.

Es decir, hablar de gobernanza nos remite a los acuerdos que se toman entre los actores sociopolíticos involucrados, aunque en buena medida esos acuerdos sean operados por el gobierno, para crear las condiciones para que los otros actores pongan su parte. Más o menos como ocurrió en nuestro estado cuando se construyó el sistema estatal anticorrupción.

En ese sentido, la gobernanza no puede ser legislada, porque es un asunto que tiene más que ver con el hecho de que un conjunto de actores reconoce que se necesitan mutuamente. Sin eso no puede haber gobernanza, porque no existe la posibilidad de construir acuerdos. En ese sentido, la gobernanza se da en lo concreto, no en lo abstracto. Por ejemplo, el problema de la inseguridad pública debería atenderse en clave de gobernanza.

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@albayardo

JJ/I