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¡No pienses en AMLO!

No sólo porque irrumpe en el espacio público, a primeras horas del día, con su conferencia mañanera y cuyo contenido se disemina ineluctablemente por los caminos virtuales de las redes sociales. Su presencia y su voz parecen avasallarlo todo. Los diarios y telediarios se refieren a él. Los reporteros madrugan para ganar un buen lugar en la rueda de prensa. Los caricaturistas explotan su carácter, que se antoja multifacético; no sufren para elaborar sus cartones.

La comentocracia le dedica, un día sí y otro también, enjundiosas críticas en sus columnas políticas. Los grandes diarios están a la caza de cualquier dislate, por mínimo que sea, que salga de sus labios o, en todo caso, de sus allegados. La fotografía de un bautizo es suficiente para deslizar sutilmente el veneno. Un error gramatical de un secretario se convierte en la nota principal de un diario de circulación nacional. Es obvio que su presencia resulta irritante para algunos que están furiosos con su activismo, que se les antoja irracional, que proclaman a los cuatro vientos la inviabilidad de su proyecto de gobierno, que convierten sus medidas en el tema central de sus tertulias mediáticas, que quisieran ignorarlo, pero no pueden, que luchan por erradicarlo de sus pensamientos, sin conseguirlo. Terca, necia, obstinada, su presencia los obliga a mirarlo, los obliga a referirse a él, así, de una manera irremisible, ineluctable, su nombre brota de sus labios. Lo mencionan: AMLO, López Obrador, el presidente…

Esta imagen surgió cuando, hace unos días, compartía una charla con un grupo de ex alumnas sobre el desempeño del nuevo gobierno y la efervescencia política que se había desatado en torno a la centralidad del presidente en el espacio público. Fue entonces que Lu deslizó la frase de “no pienses en AMLO”, en clara referencia al título del célebre estudio de Lakoff. Su alocución tuvo el efecto de una epifanía, que de manera súbita clarificó regiones que permanecían en la opacidad y que permitieron visualizar de una manera nítida la aparente complejidad del fenómeno mediático que parece asfixiarnos. La razón principal de la omnipresencia de López Obrador no habría que buscarla en los instrumentos y dispositivos de comunicación que utiliza, algunos de ellos de manera magistral, sino que habría que encontrarla –gracias, Lakoff– en su discurso. En efecto, es su narrativa sobre su proyecto de nación la que provoca la reacción airada y visceral de sus adversarios. Pero también es su narrativa la que ha engendrado una legión de seguidores y simpatizantes y los ha convertido en aguerridos partidarios.

No se trata de ninguna manera de una narrativa sofisticada y compleja, sino que sorprende por su claridad y sencillez, a la que algunos califican como simplicidad. Su discurso esta armado sobre tres temas torales: el combate a la corrupción, el combate a la pobreza y la búsqueda de la paz. Todos ellos considerados dentro de un marco democrático y anclados en una propuesta sobre el futuro del país: lograr la cuarta transformación de la vida pública en México. Pero además, en el lapso de 100 días, ha realizado suficientes acciones que adicionan sustento empírico a las promesas discursivas. A contrapelo de lo que aconsejan los mercadólogos de la política, sobre olvidar las promesas una vez obtenido el poder; López Obrador está decidido a cumplir, puntualmente, todas y cada una de sus ofertas de campaña.

Cada mañana, en su conferencia, AMLO comparte el día a día de su acción de gobierno. Transforma una rueda de prensa, abierta no solamente a los medios convencionales, sino a quienes utilizan las redes sociales, en un intercambio de mensajes y aprovecha para afirmar que el programa de gobierno avanza, para repetir una y otra vez la manera en que enfrenta los problemas que aquejan al país: corrupción, pobreza, inseguridad. Un mensaje que penetra en la opinión pública y provoca el contagio que evidencian las recientes encuestas.

Sin contar con una narrativa alterna, los críticos se empecinan en torpedear sus propuestas. Lo que hacen en realidad es volverlo omnipresente.

@fracegon

da/i