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Apuesta de campaña
El voto despojando afores
¿Cómo recordamos a los muertos? ¿Cómo los recordamos cuando no fallecieron de muerte natural o enfermedad, sino por asesinato? ¿Cómo los traemos a la memoria cuando no eran personas cercanas, amigos o familiares, pero tienen con nosotros otro tipo de cercanía difícil de describir o contar? Y con esto me refiero quizá a un tipo de cercanía que tiene como hilos vinculantes la misma profesión, similares ideales o porque su crimen nos pareció atroz, cobarde y sin sentido.
Por eso me pregunto, ¿cómo cada uno de nosotros evocamos no a los muertos en general, no a los que percibimos lejanos, sino a los muertos que hacemos nuestros, como si los hubiéramos conocido? ¿Cómo, con un poco o tal vez un mucho de sensibilidad, no sé cuánta, sentimos que esas víctimas guardan una relación lejana pero misteriosamente cercana? No nos resultan ajenos. No son números de una estadística mortuoria que no contabilizamos.
Se trata de personas con ausencias ocurridas de manera violenta, como muchas partidas que duelen, aunque nunca hayamos cruzado nuestras miradas. Son los que alguien buscó borrarlos, eliminarlos, desaparecerlos, sin que lo lograran. Porque son difuntos que no conocimos en vida ni charlamos con ellos un día cualquiera, tampoco escuchamos sus risas, no atendimos sus preocupaciones ni soñamos juntos cualquier locura. Pero los sentimos cerca.
Que alguien sea baleado, ahorcado, acuchillado, golpeado, en la cresta de la ola de criminalidad, debiera no sólo dolernos. Eso de ser meros testigos pasivos o testigos de oídas convierte a los humanos en parte del escenario que necesitan los asesinos. El indiferente, la indiferente a los crímenes son la escenografía ideal para el asesino, porque equivalen a un objeto mudo, un ciego que está ahí como si no estuviera. Que ve, pero no ve.
En este país colmado de gente ruin, hablar de los asesinados es un acto de resistencia a la crueldad. Escribir de ellas y de ellos, de las víctimas, es una acción contra el silencio de la indiferencia. Es un acto de rebeldía contra la deshumanización que se propaga sin barrera alguna, que se mete a los huesos, al corazón y a la mente. Es una exigencia a las autoridades de que sean realmente autoridades y haya justicia. Porque queremos creer que cuando hay justicia, los muertos descansan.
Entre los miles de asesinados están decenas de periodistas mexicanos. Una fue Miroslava Breach, acribillada en Chihuahua el 23 de marzo de 2017. Este sábado se cumplieron dos años del crimen, cometido frente a su hijo. Para que no sea un número más, reproduzco lo que se escribió en redes sociales: “Desde pequeña Miroslava tuvo curiosidad por la historia, la política, eso comenzó con sus ideales y el periodismo fue la forma como lo manifestó”. Dos años sin justicia de ese crimen.
Al día siguiente, este domingo, apareció en el municipio Salvador Alvarado, en Sinaloa, el cuerpo sin vida del joven periodista Óscar Iván Camacho. Laboraba en una radio local y tenía un sitio web dedicado a la información deportiva. En las fotos que circulan se le ve sonriente. Lleno de vida.
En días encadenados uno tras otro, ayer habló el subsecretario de Derechos Humanos, Migración y Población de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Encinas, de los periodistas y defensores de derechos humanos asesinados en México, de los asesinados que continúan en esa larga hilera de cuerpos que llegan a los panteones, con el más preciado derecho arrancado, el derecho a la vida. Con un Estado hasta ahora derrotado, que no cumple ni su función mínima de garantizar la protección de los profesionales de la información ni de la población.
Con un mecanismo de protección que no protege, al que se encuentran acogidos 292 periodistas y 498 defensores de derechos humanos. Porque desde el 1 de diciembre pasado suman seis los homicidios de periodistas, uno de los cuales estaba precisamente resguardado bajo ese mecanismo. Son esos muertos, son los asesinados años atrás, los periodistas desaparecidos, los que recordamos, necios y necias que somos. ¿Cómo no recordarlos aunque no los hayamos conocido? ¿Acaso debimos conocerlos para reclamar sus muertes?
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JJ/I