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#MeToo del teatro mexicano

El dramaturgo canadiense Michel Marc Bouchard, uno de los autores francófonos más populares en el teatro mexicano, alguna vez compartió lo mágico y conmovedor que le resultaba ver a un joven bajo una luz cenital buscando ser amado. Con esa imagen, Bouchard trataba de explicar el poder de atracción que el teatro ejerce entre los jóvenes que buscan dedicarse a él. Esta frase describe también el grado de entrega con el que las y los jóvenes se acercan al teatro. Es justamente esta disposición de sacrificio y renuncia lo que ha servido como un prolífico caldo de cultivo para empoderar abusadores bajo el título de grandes maestros. Y claramente, las chicas resultan ser aún más vulnerables.

Luego de que las mujeres de la industria hollywoodense lanzaran el #MeToo para denunciar abusos de diversos creativos cinematográficos, el fenómeno se ha extendido hasta llegar al teatro mexicano para poner nombre a lo que al interior del gremio se había normalizado hasta un grado indignante. No sólo se trata de la sistematización del abuso disfrazado de entrenamiento para la necesaria desestructuración del yo que requiere un estudiante de actuación, por ejemplo, aun cuando ninguno de quienes estén a cargo esté capacitado clínicamente en ninguna disciplina de terapia psicológica. Bajo estas supuestas normativas, las estudiantes o jóvenes actrices han sido obligadas a desnudarse continuamente, a desaparecer como sujetos y entregar su voluntad a sus guías, que como líderes de las más terribles sectas han obligado a muchas creadoras a mantener relaciones sexuales con uno o varios de sus maestros como parte de su camino hacia la profesionalización.

Lamentablemente estas injustificables prácticas han ocurrido no sólo en las escuelas o al interior de colectivos escénicos, sino también en las estructuras institucionalizadas como festivales, encuentros de jóvenes becarios, muestras regionales, estatales, nacionales, etcétera. Espacios para los que algunos de los maestros –jóvenes y viejos– llegan como los depredadores más preparados. Los testimonios que hoy salen a la luz revelan hostigamiento, agresiones, e incluso, auténticos crímenes. El teatro es una práctica que expone, que literalmente pone el cuerpo ante el otro, de ahí la relativa facilidad con la que se ha ejercido la violencia contra la mujer. Pienso en todas esas chicas que he visto en un escenario, en la luz que ilumina la fragilidad de su cuerpo. Espero que juntas alcen muy fuerte su voz. Acá, del otro lado, queremos escucharlas.

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JJ/I