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Radicales

Las revoluciones son un fenómeno complejo: aun cuando son relativamente tranquilas, sin violencia, los cambios que se generan encontrarán oposición, usualmente de parte de aquellos que pierden algo a causa de éstos, lo que es perfectamente natural: nadie quiere perder un status de poder. Lo que resulta un poco paradójico es que a veces, el mayor rechazo proviene de aquellos grupos que apoyaron en un primer momento la revolución, pero por algún motivo, el cambio alcanzado no les es suficiente: son los radicales.

Un radical es aquél que piensa que es fundamental llegar más lejos; si ya se hizo todo este esfuerzo ¿por qué no exigir más?, ¿por qué no llegar hasta el final?”; pero la radicalización es la negación de la política, es asumir que al contrario se le debe aniquilar. Las revoluciones solían incluir tribunales populares en los que se acusaba, enjuiciaba y asesinaba a aquellos sospechosos de actividades “anti revolucionarias”. Francia tuvo su período de terror, los soviéticos mandaban a sus opositores a Siberia y los chinos crearon sus campos de re educación. En un frenesí revanchista, todo lo que oliera al régimen anterior era denunciado y destruido, argumentando que lo que se ponía en juego era la vida misma de la revolución y de la república. El caso de la revolución mexicana es extraño en este sentido; quizá el único revolucionario que buscaba un cambio más de fondo, más allá de quitar a Porfirio Días, fue Zapata, quien pensaba que había demandas populares y sociales no resueltas, como la repartición agraria; por eso siguió peleando. Todos los demás generales, una vez obtenida la victoria se dedicaron alegremente a pelear entre sí para obtener el poder; los reclamos de la revolución fueron rápidamente olvidados (aunque la idea de la “no reelección” quedó fuertemente impregnada en nuestra psique colectiva); curiosamente, la idea de institucionalizar la revolución fue lo que detuvo las batallas internas.

Hace un par de décadas estalló una huelga en la UNAM causada porque se quería cobrar colegiatura; el aumento era mínimo (la cuota en ese entonces no alcanzaba ni para cubrir las fotocopias del proceso de inscripción), aun así, el incremento se consideró inaceptable. Las autoridades universitarias cancelaron rápidamente la medida, pero la huelga continuó; al Consejo Nacional de Huelga, integrado por estudiantes de distintas facultades, pese a haber logrado sus objetivos, agregaba nuevas demandas continuamente y alargando la huelga. Sin embargo, ya no había mucho más que ganar, las nuevas demandas no eran realistas y poco a poco los estudiantes fueron perdiendo apoyo, hasta que las mismas asambleas tuvieron que votar por acabar la huelga. Quizá la consigna de los años 60: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, sea la que mejor lo describe. Para un radical, intentar negociaciones con quienes detentan (o detentaban) el poder es una traición; no hay espacio para las concesiones. Hay gente que no sabe cuándo ha ganado.

En un caso más reciente, nos enteramos hace unos días en redes sociales de un escándalo en el recién creado partido Futuro: algunos integrantes fueron acusados de abuso sexual y al parecer, la respuesta oficial fue tardía, insuficiente e inadecuada: mal por ellos. Sin embargo, en las mismas redes sociales comenzaron a circular opiniones de quienes pedían desaparecer Futuro para crear un nuevo partido, uno exclusivamente integrado por mujeres, en el que los hombres no tuvieran ningún tipo de poder a la hora de las decisiones.

Ese es justamente el problema de los radicales; pese a que la respuesta de Futuro ha sido mucho mejor que lo que pasa en otros partidos, que prefieren encubrir estos casos, ellos prefieren tirar el agua con todo y niño. No se dan cuenta de que desprestigiar al partido mina los cimientos de las causas que han estado construyendo juntos. Es evidente que no podemos ni debemos solapar el abuso, pero la solución no es destruir lo construido.

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da/i