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Zonas de desaparición y muerte

Escribir acerca de los desaparecidos es una forma de hacer política insurgente y rebelde. Lo pienso así porque es una manera de mantener viva la memoria sobre ellos y lo es también porque escribir pensando en ellos se puede convertir en otra forma de coadyuvar con las luchas sociales en defensa de la vida que, desde años atrás, se despliegan por todo el país de manera tal que se puede afirmar que defender la vida es hoy una forma radical de enfrentar al Estado y al capital.

Desde luego no faltará quien diga que las luchas en defensa de la vida no se están desarrollando con la intensidad y cantidad que suponemos o deseamos debería hacerse dada la dimensión, sin precedente, del problema. Pues no, pero el dato importante es que la guerra cruenta que ha ensangrentado y convertido al país en una gran fosa no ha sido suficiente para paralizar o desmovilizar a toda la sociedad. Se debe enfatizar que el objetivo central de la guerra es sembrar el terror social y hacer que todos dejemos de pensar y hacer política insurgente y rebelde, para aceptar dócilmente que el Estado, el capital y otros poderes fácticos, sin problema, tienen la soberanía para decidir quién puede vivir y quién deber morir. A estas prácticas del poder, el sociólogo francés M. Foucault las definió como “biopoder” pero luego, más adelante, el camerunés Achille Mbembe (2011) consideró como insuficiente dicho concepto y, con una visión anticolonial acuñó la noción necropolítica.

En esta perspectiva ya no se trata, dice Mbembe, sólo de considerar cómo el sistema disciplina nuestros cuerpos, sino cómo éste ahora crea “zonas de muerte” en las cuales pretende establecer un dominio total. Fácilmente se puede encontrar una resonancia con F. Fanon cuando habla de “zonas del ser y del no ser”. La segunda sería en términos de Mbembe una zona de muerte. Es decir, cuando con los cuerpos de las personas se puede hacer cualquier cosa: destrozarlos, quemarlos, desintegrarlos, esclavizarlos, venderlos (todos o en partes), etc. Cuando la imaginación inhumana y la capacidad para producir dolor no tiene límite. Parece una locura, pero ¿lo es en verdad? No, si pensamos que la muerte es ahora también una forma de acumulación de capital.

Con este tipo de nociones se puede hacer una lectura de nuestra circunstancia y preguntarnos, por ejemplo, ¿por qué a los gobiernos en México no parece importarles el hecho de que haya alrededor de 40 mil personas desaparecidas (dato oficial hasta principios del año 2019)? ¿Cuántos significados políticos encierra el hecho de que tal situación no sea la prioridad en los planes de gobierno? El arribo al poder de López Obrador generó en muchos mexicanos una expectativa de que este problema lacerante podría ser abordado, por fin, de manera que pudiera encontrarse alguna respuesta a la gran pregunta y exigencia que los familiares organizados, algunos desde la década de los setenta del siglo pasado, hacen y gritan por todo el territorio nacional: ¿dónde están?

Transcurridos más de los primeros cien días del gobierno de AMLO este problema está absolutamente vigente. Las desapariciones siguen sucediendo, si bien ha habido una cierta atención a los familiares, especialmente de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desparecidos desde el 26 de septiembre de 2014. La segunda cosa significativa de este gobierno fue la constitución de la Subsecretaría de Derechos Humanos, Población y Migración poniendo al frente a Alejandro Encinas, un político de larga trayectoria, a quien le tocó vivir los tiempos cuando la política de izquierda se hacía desde la clandestinidad.

Recibir y atender a los familiares de los desaparecidos y crear una subsecretaría se podrían considerar como buenas acciones. Sí, pero a leguas se notan sus debilidades o, si pensamos críticamente, sus malas intenciones. El punto es que los 43 y los otros miles de desaparecidos siguen sin aparecer y, peor, que el número sigue creciendo. El nombre de la subsecretaría nos dice de más limitaciones: siguen considerando este problema como una violación de derechos humanos o de crisis humanitaria. Pero, además le suman las cuestiones de la población y la migración. Por ese camino no veremos buenos resultados.

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