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La dictadura que viene

Montesquieu argumentaba que “todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar del poder hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder”. La separación de poderes o división de poderes –continúa la definición– es un principio político en el cual los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial del Estado son ejercidos por órganos del gobierno distintos, autónomos e independientes entre sí. Ésta es la cualidad fundamental que caracteriza a la democracia. De esta suerte, los tres poderes se vigilan entre sí, se controlan los excesos de los otros para impedir, por propia ambición, que alguno de ellos predomine sobre los demás, ya sea en la esfera municipal, regional o nacional, para así garantizar la libertad política y evitar los abusos de poder, mediante la vigilancia y control recíproco.

En México, el “pueblo sabio”, en su justificado hartazgo ante la escandalosa corrupción de la pandilla que gobernó en los últimos seis años, se volcó en las urnas movido por la furia, sin percatarse de que nos estábamos convirtiendo de nueva cuenta en El País de un Solo Hombre. ¿Razones? Si votar por AMLO era una alternativa electoral había que tomarla, si se quiere, en la desesperación, sí, pero el desbordamiento de las pasiones y de las emociones le concedió simultáneamente el control de la mayoría simple en el H. Congreso de la Unión, así como en 19 congresos locales: un suicidio político...

Si bien al “pueblo sabio” no le preocupó concederle al jefe del Ejecutivo también la titularidad del Poder Legislativo en el que afortunadamente todavía no cuenta con la mayoría calificada, sin perder de vista que varios tricolores enajenan su voto a cambio de dinero, de acuerdo con la vieja usanza priísta, tal vez no pasó por su mente alucinada que AMLO haría lo imposible por controlar de igual forma al Poder Judicial para tener en el puño de su mano a los tres poderes de la unión. Benito Juárez debe estar pateando las cuatro tablas de su ataúd.

La historia no es nueva. De tiempo atrás, AMLO atacó con insultos a los ministros de la Suprema Corte en los siguientes términos: “Están maiceados por la mafia del poder para actuar bajo consigna, a pesar de que el dinero que ganan es de los impuestos de los mexicanos. ¿Qué hacen? ¿Se sabe de alguna resolución de la Suprema Corte en beneficio del pueblo? Nada. Están de alcahuetes de la mafia del poder, por eso los tienen bien maiceados” (Red Política, Tuxpan, Veracruz, 15-2-13). Además siempre se amenazó con la creación de un tribunal constitucional con facultades superiores a la Corte para convertir a ésta en un mero tribunalito de apelaciones.

¡Por supuesto que era esperable una iniciativa legal de AMLO para acabar con la corte y administrarla y dirigirla de acuerdo con sus intereses políticos y a sus muy peculiares estados de ánimo, mientras la nación duerme el sueño de los justos! ¿Qué tal los súper delegados? ¿Ya? Está claro...?

Con el pretexto de atacar la corrupción el presidente, a través de sus corifeos en el Congreso, propone aumentar cinco nuevos ministros que estarían dedicados, según él, a erradicar la putrefacción que devora al aparato público, aun cuando ya existe una sala penal y otra administrativa destinadas a ventilar esos menesteres, sin olvidar que 18 magistrados todavía no han sido nombrados para operar el olvidado y enterrado Sistema Nacional Anticorrupción. En realidad, esos nuevos cinco ministros más los dos ya nombrados, y otro adicional que terminará su período en 2021, harían que AMLO tuviera mayoría entre los integrantes de nuestro máximo tribunal, si no se ignora el voto de calidad del presidente de la Corte. Estamos frente a la trinidad política que tanto disfrutaron Porfirio Díaz, así como los presidentes de la Dictadura Perfecta.

Ahora bien, de prosperar lo que sería un flagrante golpe de Estado encubierto y legalizado, y de desaparecer también el Consejo de la Judicatura Federal “encargado de la administración, vigilancia, disciplina y de la carrera judicial del Poder Judicial”, según consta en la misma iniciativa retardataria, México regresaría a los tiempos del absolutismo virreinal de hace más de 200 años.

En resumen: AMLO propone de manera velada y encubierta la construcción de una nueva tiranía para echar por tierra los esfuerzos de muchas generaciones de mexicanos liberales, mientras la sociedad mexicana decide darle más tiempo sin prejuzgar sobre el futuro de la República, en tanto ésta se deshace como papel mojado con consecuencias imprevisibles.

¿Cómo se llama un jefe de Estado que domina los tres poderes de la unión? ¡Dictador! Cuando México despierte será demasiado tarde...

da/i