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De periodismo “basura” y un “periodiquito”

Una de las labores de un periodista es preguntar para que su público tenga información de calidad sobre lo que sucede en su entorno. En sus cuestionamientos, el periodista incluye a las distintas autoridades. Uno de sus objetivos es que quienes toman decisiones que afectan a la comunidad o ciudad den cuenta de lo que hacen, cómo lo hacen y los resultados que obtienen. El periodista busca colocar en la esfera pública asuntos que considera son de interés colectivo. Como profesional de la información es parte de su A-B-C básico.

Una de las tareas de un funcionario público es transparentar su administración, rendir cuentas de lo que hace, ofrecer información de calidad de sus actividades. El gobernante en turno, del nivel que sea, dispone de recursos y medios para precisamente comunicar acerca de sus decisiones. Es su obligación. No es algo ajeno a sus funciones y responsabilidades. Está en distintas leyes ese compromiso que asume desde que ocupa algún cargo. Llegó a ese puesto porque contendió en las urnas o se lo asignaron e informar es parte de sus encargos.

La agenda de los periodistas puede o no coincidir con la de los funcionarios. Según la línea editorial del medio informativo y el periodista del que se trate, las discrepancias sobre en qué poner o no énfasis pueden ser lejanas, cercanas o totalmente adversas. Hay de todo. Son distintos los lentes con los que se puede observar y analizar lo que sucede en la vida pública. Son parte de la pluralidad con que se revisan temas complejos de distinto talante.

Para un funcionario consciente de su rol, defensor real de la libertad de expresión, responder a los cuestionamientos de los reporteros es lo normal, lógico, necesario y valioso. Si una pregunta le incomoda, le parece mal planteada, discrepa del tono en que se hace, etcétera, eso no quita que responda e informe. No hace ningún favor al reportero. No es nada personal. El periodista busca respuestas. Información de calidad, precisa, detallada, clara. Tal como la demanda cualquier ciudadano, sólo que el reportero la hará pública, con diversos puntos de vista. Esto, es evidente, no lo ha comprendido el gobernador Enrique Alfaro.

Si en 2017, cual editor calificado que no es, llamó periodismo “basura” al que no encajaba en su concepción de la función de los medios informativos, ahora pasó a descalificar en 2019 a un “periodiquito”. En diminutivo despectivo. Con esa necedad que podemos inferir deja al descubierto su incapacidad para, en primera instancia, escuchar y atender una información solicitada. Si existe información imprecisa, habrá que precisarla. Si existen dudas o sospechas sobre una acción de gobierno, como la licitación de maquinaria investigada de manera precisa por la periodista Sonia Serrano, habrá que aclararlas. Afirmar sin pruebas que son mentiras, es una injuria. El gobernador tiene decenas de comunicadores al servicio del gobierno estatal, varios con experiencia, y aparte paga del erario a empresas privadas. Pero pareciera que ni a ellos les hace caso. O si sus asesores eso le aconsejaran, peor. El camino equivocado es responder con bravatas y menosprecios.

Un medio informativo no se mide por los calificativos que le endilgue un funcionario público –ni los positivos ni los negativos–. El funcionario puede discrepar de las opiniones que se den a conocer sobre su actuación, lo cual es legítimo, pero no puede rehusarse a responder a preguntas sobre hechos concretos, validados con evidencias, que para la salud pública es preciso aclarar. Después de tantas y tantas décadas de engaños, corrupción, demagogia, incumplimiento de promesas, represión de voces disidentes, enriquecimientos ilícitos, etcétera, los ciudadanos desconfían y los periodistas ejercemos el derecho a investigar, solicitar información, criticar o poner en duda tal o cual decisión.

Sulfurarse ante preguntas que no les agraden, conduce a pensar que los funcionarios prefieren actuar en una burbuja de cristal en la que sólo escuchen lo que desean escuchar. Una especie de espejito, espejito, en el que únicamente admiren su imagen o su gestión de manera idealizada y, por tanto, alejada de la realidad.

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JJ/I