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El sistema que falla

Se conoce como frecuencia cardiaca al número de contracciones, o pulsaciones, del corazón por unidad de tiempo. La velocidad de los latidos varía como resultado de la actividad física, las amenazas a la seguridad y las respuestas emocionales.

No recuerdo cuándo fue la última vez, antes de estos días,  que hice conciencia de mi frecuencia cardiaca.  Ahora viviendo en Salamanca, Guanajuato, me pasó. De pronto caí en cuenta que mi corazón estaba haciendo un mayor esfuerzo en cada latido por mantener su constancia. O eso sentí. Siendo vecina contigua de una de las refinerías más activas y grandes de México no podría ser extraño. Falta oxígeno en el aire, pensé. 

La solución al día siguiente fue salir de esa nata contaminada para poder respirar en otra ciudad otro aire. Seguro cualquiera sería mejor que este. Así mientras manejaba por carretera me vino a la mente esa imagen en la que de pequeña aguantaba la respiración para evitar algún olor desagradable durante unos segundos esperando que se pasara para luego volver a respirar con normalidad.

En la última caseta, aproximadamente 40 km antes de llegar a Guadalajara, se me reveló un paisaje: una nube de humo gris abarcaba gran parte del cielo. Todavía en ese momento consideraba la posibilidad de que fuera un incendio localizado antes de llegar a la ciudad en alguna quema provocada. Pues no lo primero, pero sí lo segundo.

La  noticia de la quema de más de mil hectáreas del El Bosque de la Primavera es por decir lo menos, una pérdida incuantificable. Porque no, no hay saldo blanco. Perdimos flora, fauna. Perdimos aire.

Los incendios en los días recientes cobraron dimensión de pesadillas apocalípticas: en Jalisco, en Campeche, en todo México. Hasta en Notre Dame.

La fatalidad nos persigue porque es la condición que hemos provocado. Un capitalismo que ha propiciado desde que  intereses inmobiliarios hagan devastaciones con nuestros bosques, hasta  la acumulación de fortunas millonarias en contraste con las profundas desigualdades en todos los rincones del planeta. Una vez más, la falla está en el sistema.

Salamanca es uno de los síntomas más visibles de aquello que los ciudadanos están dispuestos a pagar en virtud del progreso. Pero la enfermedad ya está en todo el cuerpo. Los síntomas latentes aparecen a la menor provocación. México completo necesita oxígeno.

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JJ/I