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Terapia a base de motos

"Jamás le preguntes su peso a una motocicleta"

Proverbio

Mi motocicleta logró el efecto que no alcanzaron dos psiquiatras, una psicóloga, cuatro alegres integrantes de la familia de las benzodiacepinas, dos maestras de yoga y una docena de tutoriales sobre cómo hacer meditación.

Mi deliciosa con postura de sillón conectó neuronas extraviadas, solucionó mi pasado dándome con el presente en la cara, me proporcionó más diversión que todas las endorfinas provocables y me enseñó, lo más importante, a ser uno con el exterior, gentil, y respirar.

Porque cuando un hombre ama a su motocicleta sabe que no se trata de un vehículo, sino de una suerte de exoesqueleto en el que lo más importante es lo que la separa definitivamente de los demás: a diferencia de otros pilotos, cuya habilidad está en sus manos, el motociclista depende de su cadera para sobrevivir.

En cada curva, en cada movimiento defensivo, es la cadera la que lleva el ritmo, y por eso es que se aman los virajes: penetrar una curva a tiempo es todo un arte, y las cicatrices en los costados son los bocetos.

Hay más: esas cicatrices son en la mayoría de los casos el recuerdo de un titubeo, primera causa de accidentes y rasgo que un motociclista nunca debe permitirse: encima de la moto no puede existir ni sombra de duda, y ante el desequilibrio es la velocidad la que da estabilidad: ése es el credo.

Y siempre vale la pena: mírate ahí con las piernas cómodamente abiertas y ese tanque brillante y de deliciosas formas en medio. Huele ese olor a carburador en las puntas de los dedos cuando se enciende en frío, y cómo te hipnotiza al punto de meditación escuchar la respiración de la bestia que ruge a cinco mil revoluciones contra tus muslos.

La motocicleta sitúa en el aquí y el ahora, la concentración que demanda es tan vital como vitalizante: es exactamente como hacer buen yoga, como perderse y encontrarse en la respiración propia y unirla con la de su motor; es el momento en el que quién fuiste o cómo ocurrió ya no importa más, cuando ya no hace falta llegar a ningún sitio, sino disfrutar cada segundo del trayecto.

Motocicleta no es un medio de transporte: es una metáfora con manillar.

Bien podríamos tener grupos de terapia con motocicletas, tal y como ocurre con los caballos; doble propósito para los pasivo-agresivos, cuatrimotos en los ansiosos, sidecar para amantes desconfiados y una bobber para los que se quedan al lado del camino.

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JJ/I