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Mejoremos los nombres de las calles

Los personajes que dan nombre a las calles de la ciudad están condenados a la pérdida de sus identidades.

El nombre queda inmediatamente ligado a los negocios o a la atmósfera de la zona a la que significa, las hazañas que le dieron el honor se diluyen en un mar de automóviles o en el tumulto de un tianguis, en el mejor caso, que en el peor son relacionadas a infamias o tediosas cotidianidades.

Hace tiempo, por ejemplo, que Juan Manuel dejó atrás el Don y de ser aquel viejo español agradecido con su nueva patria y dolido por la muerte de su esposa, que regalaba monedas de oro en la esquina con Santa Mónica, para convertirse en cambio en una calle mugrienta y siempre repleta de camiones apestosos donde se pueden conseguir juguetes para un Santa Clós de interés social, matamoscas eléctricos y las mejores estilográficas de Guadalajara.

O López Mateos, que ya no es más el genio detrás del desarrollo estabilizador, sino un personaje medio andrógino a la altura de Plaza del Sol y siempre conflictivo en sus tramos subterráneos y periféricos.

Prisciliano Sánchez es una calle de ambiente y con voceadores y un paraíso de la impresión offset, cosa que no debería importarle al liberal del personaje original, pero no quiero ni pensar en Morelos y su parque o en estos callejones sórdidos de la Calzada que no aparecen en el Maps, donde se trafica guarumo con amoniaco y niñas sin dientes a causa de la piedra se ofrecen por menos de lo que vale la placa con todo y nombre de insurgente.

Pienso que esta asociación nombre-circunstancias es la que mantiene el eterno descontento político en nuestra nación: las grandes avenidas de todo México, los bulevares y calzadas en cada una de las treinta y dos entidades siempre se llaman Revolución, Independencia, Hidalgo o Juárez: puro facineroso luchando contra el sistema o pomposas abstracciones de una historia que nunca terminó por ser cierta.

Deberíamos dejarnos de utopías y solemnidades y ponerles nombres alegres a nuestras vías, como esta alejada colonia de Tesistán donde como guiño de cartógrafo estresado las calles se llaman Hilo Rojo o Hilo Verde y los vecinos, entre mosqueados y a lo que sigue, sonríen cuando se les pregunta el domicilio.

Por otra parte

López Cotilla, Ramos Millán y La Paz son mis calles favoritas: siempre quiero llevármelas. La última es mejor en primavera, con sus árboles amarillos rozando Federalismo.

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JJ/I