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Caer en la inmoralidad

A veces el odio nos salva de caer en la inmoralidad. El odio es necesario, está permitido para no padecer una “penitencia moral”.

Thomas Mann fue un hombre nostálgico, triste, vivió odiando, de esa forma podía escapar al fenómeno que “podía resultar seductor”.

Ese fenómeno era Hitler, la mayor amenaza para la civilización occidental en esos momentos. Thomas Mann lo sabía, siempre lo supo y se empeñó en luchar contra el riesgo que significaba “caer en la inmoralidad, porque ya no se da cabal entrada al odio que se debe exigir de todo aquel que se preocupe por el destino de la civilidad. El odio. Puedo afirmar en mis adentros que a mí no me falta. Con toda honestidad le deseo a este incidente público un hundimiento abominable, de ser posible cuanto antes; pero, vista de su acreditada cautela, sin duda peco de optimismo”.

Se hacía necesario buscar fórmulas para que el odio no fuera simplemente un sentimiento individual capaz de consumirlo. Tendría que buscar la forma de transformarlo en un instrumento de lucha en contra de la “pobre, siniestra criatura” que era Hitler. Habría que convertirlo en “el triunfo, el anhelo de libertad, de pensamiento sin cortapisas, con una sola palabra: el anhelo de la ironía; la que hace ya tiempo he llegado a concebir como elemento esencial de cualquier arte o creatividad del espíritu”.

Es necesario ironizar sobre la vida. Sobre todo cuando el sentimiento de derrota parece apropiarse de nuestro deseo de vivir. Cuando el poderoso nos hace creer en nuestra inferioridad, en el deseo de venganza como única respuesta a la postración padecida.

El monstruo es interesante, es seductor elocuente y vengativo. Provoca miedo.

“Resulta pues, inevitable profesarle una cierta, asqueada admiración”. Una admiración caricaturizable, una sumisa ¿o rebelde?, aceptación frente al naufragio.

Nos hundimos, no hay nada que nos salve del naufragio.

Thomas Mann rechazó el naufragio y convirtió en odio en dolor pero también en ironía. Supo rechazar “el riesgo moral de olvidar cómo se dice no”. Optó por perseguir “las verdades que duelen casi con el mismo afán que el asno busca las que lo halagan”.

Así escribió su pequeño artículo titulado Hermano Hitler.

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da/i