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¿Cuál es el mejor lugar para leer?

El baño suele ser favorito: hay espacio de sobra en el suelo, al alcance de la mano, para cigarros, taza de café y hasta el diccionario; sólo se debe tener cuidado al deshacerse de la ceniza: se requiere de un movimiento preciso para no lastimarse dolorosamente con la brasa.

Otros prefieren la cama, sofá, una hamaca o mesa de café para leer. En mi casa solía existir un sillón rojo a medio camino entre love seat y sillón del amor. Con una lámpara instalada en la pared detrás, fue un refugio perfecto para estirar las piernas y pasar páginas y páginas, hasta que una amiga me señaló mejores usos para el mueble –como poner la ropa recién salida del tendedero- y se me olvidó para qué lo quería.

Así comencé a preguntarme sobre los mejores sitios para leer fuera de casa, pero me propuse huir de todo lugar común: comencé con los sillones eléctricos en las plazas comerciales: por diez pesos te proporcionan agradable masaje, pero si no se llega con presupuesto suficiente los vigilantes te miran feo y no te dejan terminar el capítulo.

Luego me fui a Walmart, donde en el departamento de carnisalchichonería te puedes hacer de unas pruebas gratis o tal vez unas uvas de la sección respectiva, y disfrutarlas cómodamente en los sillones de exhibición junto a los televisores de tantas pulgadas como abonos, pero luego te revisan a la salida a ver si no te robaste el libro, y pues ni que fuera la FIL, donde sí es divertido hacerlo.

Cosa interesante ocurre en las salas de espera de psicólogos y terapeutas varios: en estos sitios siempre hay mujeres bonitas haciendo antesala (el dicho es cierto), cosa que mejora el panorama cuando uno levanta la vista del libro.

Y pensando en los panoramas es que probé suerte en el aeropuerto: aquí toda la gente tiene una actitud distinta a la de sus vidas cotidianas, están a la expectativa, reestrenan sus mejores gestos y sus más desinteresadas sonrisas: se puede leer a gusto y hasta salir en Alerta Aeropuerto saludando como idiota en tercer plano.

Pienso en crear un club de gente que guste de la lectura y no se conforme con una silla: ¿qué tal organizar una expedición a un cementerio, casa abandonada u oficina de gobierno? Un grupo de gente que llega, abre sus libros y silenciosamente se dedica a la lectura en elevadores, paraderos, funerales, monumentos, la copa de los árboles.

Todo esto al menos mientras reemplazo mi sillón rojo: hay un columpio de dos plazas y una alfombra de pasto sintético que prometen.   

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JJ/I