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Kundera: el principio del fin de Europa

“La idea de que el mundo se precipita hacia su perdición es muy antigua”, dijo Milán Kundera a Philip Roth en la primera de dos entrevistas que sostuvieron en 1980.

En Kundera hay ironía, sarcasmo, también un alto grado de nostalgia. El sentimiento de pérdida, la seguridad de que siempre nuestros pasos nos conducirán hacia un precipicio, permean su literatura.

De sus novelas, sobre todo las situadas en París, habrá quien sugiera que su escritura obedece a un esbozo de nihilismo. O del nihilismo contenido, a punto de brotar de la pluma del escritor apegado a ese huidizo, o inexistente, rayo de esperanza.

El mundo de nuestra existencia es efímero. No sólo porque algún día desaparecerá entre paisajes desolados y temperaturas insoportables para el ser humano y cualquier otro ser vivo. También es efímero por la inevitable desaparición de la comprensión inmediata de nuestro entorno: lo que hoy tenemos, las ideas y las seguridades a las que nos afianzamos y en la que depositamos nuestra creatividad y conocimiento, mañana no van a estar. Se habrán esfumado frente a nuestros ojos.

“Si, cuando era un muchacho, alguien me hubiera dicho: “Un día verás desaparecer tu país de la faz de la tierra”, me hubiera parecido una tontería, algo inimaginable para mí. Los hombres nos sabemos mortales, pero damos por sentado que nuestro país posee una especie de vida eterna”.

A partir de esa experiencia, amarga, dolorosa, Kundera anticipa el terrible, pero altamente posible, futuro de Europa: “Hoy en día, hasta la propia Europa me parece frágil y mortal”. Su futuro puede ser el mismo de las naciones que nutrieron su riqueza cultural y ahora ya no existen y su herencia queda difusa, irreconocible, mezclada en la cultura del llamado mundo occidental:

“Fue de allí, de Europa Central, de donde recibió la cultura moderna sus más poderosos impulsos: el psicoanálisis, el estructuralismo, la dodecafonía, la música de Bartok, la nueva estética novelística de Kafka y Musil”.

La anexión por la civilización rusa de buena parte del centro de Europa, puede suponer “el principio del fin de Europa”.

El fanatismo y el escepticismo absoluto, como dos abismos, son las únicas vías por las que transcurre el devenir de la humanidad.

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JJ/I